domingo, 24 de diciembre de 2006

Feliz Navidad

Dicen las malas lenguas que Jesús no nació el 24 de diciembre, que ese era el protagonista de una leyenda hindú que los primeros cristianos adoptaron seguramente porque querían la misma espectacular celebración para su señor, sin embargo aquí estamos cada año celebrándole el cumpleaños al personaje, sin preguntarnos mucho por qué, pero sin falta haciéndole su rumba como en cualquier natalicio. Los colombianos por ejemplo, comemos natilla con buñuelo y hasta un asado le hacemos al muchacho, nos juntamos con la familia para hablar de todo menos de él, excepto para pedirle un Power Ranger o un novio nuevo… Ponemos la ciudad y la casa toda de verde y rojo (el rojo no ayuda mucho a la que quiere el novio nuevo) nos gastamos la platica haciendo regalos (algo de generosidad por una vez, no nos cae nada mal), es imposible coger un taxi, pero nos vamos hasta donde sea para conseguir el traído, terminamos los días con dolor en los pies de tanto caminar y el corazón sonriente cuando el árbol queda lleno de regalos.

Pero sobretodo es en el momento en que (lo digamos en voz alta o no), nos permitimos la esperanza, dejamos que se instale por unos días en nuestra vida; tal vez tenga que ver conque el año se está acabando y alguna magia de solsticio nos hace creer que podemos comenzar de nuevo, volver a empezar de cero, cerrar una puerta y salir a un jardín inmenso que será lo que nosotros queramos de ahora en adelante, y tal vez sea por eso que sonreímos más, y cualquier excusa es buena para hacer una fiesta; o tal vez sea porque precisamente fue ese personaje al que le celebramos dos mil seis años de vida el que trajo de nuevo ese sentimiento a este planetita; porque puede que sus seguidores hayan distorsionado por completo su mensaje, pero la esperanza le debe gran espacio a él. Por fin alguien viene y dice, que el amor es lo más importante, que es todo lo que necesitamos, que sólo el miedo nos impide admitir que es mejor darlo que recibirlo (digan si no es más divertido estar enamorado que ser el objeto del enamoramiento de otro), que Dios es ante todo el mejor amigo, el mejor padre, y que nos hizo a su imagen y semejanza, lo que quiere decir que tenemos su mismo poder.

Por eso esta navidad, te regalo la misma promesa que nos hicieron hace dos mil seis años (aproximadamente, las fechas no son exactas, culpa de Bizancio y asociados): No habrá nada en el mundo que no puedas tener, nada que no puedas hacer, si de veras lo quieres, sólo tienes que pedirlo, y luego… confiar… Ah¡ ¿Te parece que es una promesa demasiado grande? Y ¿que otra promesa puede venir de un dios que todo lo puede? O acaso si fueras tú ¿le negarías algo de lo que tienes a tus hijos? Ahí te dejo la inquietud, y la promesa… por mi parte en esta navidad yo confío en que tendrás siempre lo mejor, que estarás lleno del amor más grande, que la paz de tu corazón se derrame por todo tu ser y que nada ni nadie pueda hacerte daño alguno, que siempre haya amigos que te canten una canción antes de irte a dormir cuando estés triste, que el dinero no sea lo único en qué pensar, que no te falte nada, ni siquiera el dolor que enseña el desapego, ni siquiera la escasez que precede a la abundancia.

Hoy brindo por mis buenos amigos, los que están cerca y los que no, porque ellos no saben cuánto bien me hacen, cuanto agradezco que estén aquí conmigo y pido desde el fondo de mi corazón que nuestro cariño se mantenga por los siglos de los siglos; salud por los niños que hacen más divertida la vida; por los besos inesperados, por los regalos sorpresa, por el arco iris que demuestra que el Padre aunque kitsch existe, por los buenos restaurantes, las buenas películas, libros y canciones, el vino y la belleza, por vos y por mí; por el año que viene con todos los días que valdrá la pena vivir y por todas las cosas que vale la pena estar aquí.

martes, 12 de diciembre de 2006

Instrucciones para escuchar "secretos y mentiras"

Trabaje mucho, tanto, que sin darse cuenta cumpla varios meses sin descansar un fin de semana completo, luego, cuando esté muy agotado, tome aquello que se le hace intolerable en un ser humano, y búsquese el espécimen que más alto contenido del defecto en cuestión tenga, no importa lo que tenga que hacer, encuéntrelo, finalmente expóngase a él todo el tiempo que sea posible.

Digamos, por poner algún ejemplo, que usted encuentra intolerable que la gente no tenga orejas, en ese caso, en lugar de irse a descansar a su casa el primer fin de semana que tiene libre en meses, cómprese un tiquete a París; hágase el ingenuo, dígase que va a pasear, que el costo no tiene importancia si por fin va a tener unos cuantos días para usted, ¡y nada menos que en París! Cuando llegue allá, hágale caso al turista de al lado que está diciendo que el museo D’ Orsay es mejor que el Louvre, más pequeño, más cómodo e igual de sustancioso; cómprese una boleta y anímese bastante (a pesar del cansancio de tantas horas de vuelo, tan pocas de sueño, tanto por hacer y tan poco tiempo para hacerlo) viendo aquella antigua estación hecha museo, con sus esculturas griegas y romanas en el primer piso, y una coronación de Napoleón con un Napoleón casi de tamaño natural en el segundo, cansado pero contento vaya al tercer piso, allí se encontrará con los impresionistas, y en el momento justo en que con justicia usted vea llegar por fin la fascinación por la que estaba buscando, encuéntrese con el retrato de Van Gogh, ese, el que precisamente no tiene oreja, ¡pero si se supone que ese retrato no debería estar ahí sino en Ámsterdam!, pues no, el destino le ha jugado una malísima pasada y el Van Ghog sin oreja está ahí.

Sienta como todo el cansancio acumulado durante meses cae con todo su peso sobre su pobre humanidad, alcance a hacer un último esfuerzo, para ponerse tolerante, todo lo que aprendió sobre el tema es repasado un millón de veces en una milésima de segundo, pero la verdad es más grande, se fue hasta París sólo para el despropósito de ver no sólo a un tipo sin oreja, sino a Van Ghog sin oreja, no hay derecho, mire a los lados, sólo usted parece darse cuenta de la tragedia, entonces reviente, como el día en que ya no cupo en el vientre y decidió nacer, vuela mierda al zarzo, y sólo ríndase cuando le abofetee la gran verdad de que la tragedia no es tragedia porque sólo usted la padece. Váyase corriendo a la calle, en París hace mucho frío, más del que un tropical puede soportar, las luces de la ciudad no le dicen nada porque hablan francés, sentado solo en una banca no hay nadie ni siquiera para decirle con amor y un café, que no tiene la razón, que la culpa es suya por no tolerar a un hombre sin oreja. Ahora sí ponga play y lea la letra de la canción que está abajo: buen apetito!

SECRETOS Y MENTIRAS

Di, qué será de ti, qué será de mi,
Cuando estalle al fin,
esta relación,
tu me dirás que no,
nada sucedió,
"Apagad la luz,
guardad toda aquella ropa en un baúl
y arrojad la llave".

Querías un regalo
Y yo derramé encantado
con un grito entre tus tetas
aquel collar de perlas
y en ese instante el mundo terminó

y él apareció a plena luz del sol
nadie rechistó,
así que me acerqué,
le dije entonces ¿qué?
él dijo ¿qué de qué?
y yo "apagad la luz
guardad toda aquella ropa en un baúl
y arrojad la llave".

Hace mucho tiempo
que ya hace mucho tiempo
de cualquier cosa en mi vida,
mi vida malherida,
alejaos que ahora envejezco.

Gente nace y gente muere cada día,
los demás nos limitamos a estorbar
y jugamos a secretos y mentiras
y despues nos lamentamos
Que viva el ser humano,
la gente grita !hey, hey...¡

"Bien" dice entonces él
"veo que tienes sed
yo te la apagaré
a base de chas, chas, chas"
pero llega alguien más
Y le oigo balbucear
"Apagad la luz,
guardad toda aquella ropa en un baúl
y arrojad la llave".

Por allí huyen unos,
por allá los otros,
¿Quién entre ellos, por lo tanto,
se está equivocando?
Decídmelo que estallo...

Gente nace y gente muere cada día,
los demás nos limitamos a estorbar
y jugamos a secretos y mentiras
y despues nos lamentamos
Que viva el ser humano,
la gente grita !hey, hey...¡

Gente nace y gente muere cada día,
los demás nos limitamos a estorbar
y jugamos a secretos y mentiras,
"Por favor defíname la eternidad"

Gente nace y gente muere cada día,
los demás nos limitamos a estorbar
y jugamos a secretos y mentiras,
como el niño cruel que acecha,
como aquel gran atleta
drogado en la carrera
nueve segundos restan
la guerra empieza...
"¡hey...!"

Nacho Vegas

domingo, 19 de noviembre de 2006

Lo que te perdiste

Te perdiste el amor más bueno, el que ante todo ofrece amistad, y de ahí para adelante lo que se te fuera ocurriendo; te perdiste una buena compañía para hacer nada y disfrutarlo; un futuro juntos (que durara una hora, un día, o miles de años) llenándose con la historia del pasado que vivimos el uno sin el otro; el firme propósito de superarlo todo, mis manías y las tuyas; mi pecho levantado del orgullo que solo, te haría brillar; la fuerza para no dejarte caer nunca; la felicidad que no de pende de ti; el amor de los amigos que me aman, que te hubieran amado, que ahora te detestan.

Te perdiste mi visita de cinco días que le hubieran devuelto la vida a los 365 días de tu siguiente año; un fin de semana en una hamaca viendo llover afuera mientras mi cuerpo no necesita desnudarse más para cubrirte de calor; habrías podido dormir los dos días que lo hiciste, pero conmigo de ángel guardián de tu sueños para luego despertar y encontrarte con mis ojos que no te quitan la paz, que te dan la mano para volver a la realidad sin perder el alma; te perdiste una danza de mi cuerpo por cada canción que tocaras; miles de noches hasta las cuatro de la mañana rodeado de la suerte que a mi me bendice siempre; el deseo de estar con vos para cambiar mi vida, la decisión de cambiar mi vida para estar con vos; las mil canciones de Juan Luis Guerra que te hubiera dedicado, y quién sabe, con el tiempo, tal vez una de Bunbury.

Te perdiste de ser mi esperanza, de sentir de nuevo esperanza; de muchos días de sol y bastantes más noches de amor; de mi piel; de mi cintura; de mi nostalgia cuando no estuvieras, de mi sonrisa de pastel cada vez que te volviera a ver; te perdiste de sentir el tiempo que quisieras lo que sentiste la primera vez que me viste; te perdiste de mí, me perdiste a mí que sé lo que me perdí cuando te perdí antes de haberte ganado; te perdiste de no querer que fuera así.

miércoles, 15 de noviembre de 2006

Lágrimas de oro y cocodrilo

Entonces de esto se trata el amor: hacerse una chamba en el pecho, sacar el corazón con la mano, e ingenuo y sonriente ofrecerlo en un intento de salvar el abismo que nos separa de un otro que antes de darnos un beso ya nos ha devuelto a la vida.

La muerte se convierte entonces en ver como sigue latiendo sin pretexto ese corazón en la mano aun cuando queremos que deje de hacerlo y al fin descubrir mientras Calamaro brinda hasta la cirrosis por el amor, que estamos más vivos que nunca.

lunes, 6 de noviembre de 2006

Every time is different

Hace mucho tiempo no tenía esta sensación de querer estar con alguien todo el tiempo y la de que cuando no está, se solla uno las primeras dos horas y luego provoca arrancarse el pecho para que la agonía se acabe, se llama enamoramiento, pero es más un engolosinamiento, el amor poco tiene que ver, aunque haga parte del asunto, y siquiera, porque es el único que lo mantiene a uno medio cuerdo, es el que conjura la calma con la sabiduría del que todo lo espera y está tan ciego como para entregarse con confianza a la corriente sin pensar a dónde va ir a parar. Mientras tanto, la cabeza se vuelve algo así como la gotera en el techo que cae y vuelve a caer sobre la misma ponchera, haciendo el mismo sonido que uno ya no sabe si disfrutar o enloquecer, los recuerdos (si es que se le puede llamar así a las memorias de lo que pasó hace dos horas, o diez, máximo 48) vuelven una y otra vez, muy sonrientes ellos, renovados cada vez, dulces siempre, para traer cualquier sonrisa, cualquier gesto… (qué bellecita)… pero qué voy a ponerme a describir aquí la dulce enfermedad que está descrita de sobra en todos los libros y las canciones y los teatros, no hay nada más que yo pueda añadir que quien lea esto no haya sentido alguna vez, así que mejor parar aquí con el inventario de emociones chiquitas y sublimes pegadas de nada y mejor darle paso a los recuerdos que cada uno ya debe estar trayendo a su memoria, y que esa sonrisa que ahora está por salir dure toda la semana, que cada vez que en estos días el recuerdo de unas mariposas viejas en el estómago lo encojan, haya un brindis por mí, porque lo que siento no me sea exclusivo y aunque sea pretencioso, le sirva también a los que me rodean, a ver si así lo voy exorcizando. Por lo menos hasta que lo vuelva a ver.

domingo, 29 de octubre de 2006

Imprescindible


¿Qué sería del mundo sin cada uno de nosotros?, la muerte nos trae la respuesta muy tarde, el negocio nos arrebata la posibilidad de demostrar nuestra mejor sospecha, los presupuestos justifican el cualquiera lo puede hacer, la oferta es más grande que la demanda, hasta en el amor, que al final se muere y nos deja a todos, oferentes y demandantes sin el pan y sin el queso. La vida tiene que seguir se lleva nuestra melancolía y con ella el último de nuestros suspiros, entonces sí sigue, pero no la vida, sino la carrera inútil contra el olvido, nos acostumbramos tanto a nuestra propia brevedad que olvidamos que los demás nos necesitan, despachamos a la solidaridad en nombre de la productividad y las ganancias (en la bolsa y en el ego) sólo dejan pérdidas en el espíritu.

Yo quiero como Manu Chao pararme frente a una multitud y cantar gritando que si tengo que escoger entre tú y ese cielo, yo me quedo contigo… quiero sentir que cuando te vayás, cuando se caiga la última piedra de lo que construiste, cuando se derrame la última lágrima por tu ausencia, algo se derrumbe adentro mío, porque tus errores no los cometerá nadie más, porque nadie más contiene la vida como vos, porque sólo tus ojos me miran así, porque nadie, aunque las mujeres paran todos los hijos, podrá reemplazarte.

El encuentro

Dos puntos que se atraen no tienen por qué elegir forzosamente la recta. Claro que es el procedimiento más corto. Pero hay quienes prefieren el infinito.

Las gentes caen unas en brazos de otras sin detallar la aventura. Cuando mucho, avanzan en zig zag. Pero una vez en la meta corrigen la desviación y se acoplan. Tan brusco amor es un choque, y los que así se afrontaron son devueltos al punto de partida por un efecto de culata. Demasiado proyectiles, su camino al revés los incrusta de nuevo, repasando el cañón, en un cartucho sin pólvora.

De vez en cuando, una pareja se separa de esta regla invariable. Su propósito es francamente lineal, y no carece de rectitud. Misteriosamente, optan por el laberinto. No pueden vivir separados. Ésta es su única certeza, y van a perderla buscándose. Cuando uno de ellos comete un error y provoca el encuentro, el otro finge no darse cuenta y pasa sin saludar.

Juan José Arreola

lunes, 16 de octubre de 2006

Recuerdos devueltos

La vida que siempre es tan generosa conmigo y sólo me envía ángeles, me trajo por estos días un par de artistas que sin pretensiones y sin mucho tiempo para dedicarnos mutuamente, me regalaron un par de cosas que les agradezco con la parte de mí que se conmovió por ellos, que obviamente va más allá de su obra. Me los encontré para recordar cosas que había olvidado, desde un par de palabras que no escuchaba hace años y que me traen el calor de un hogar perdido ya, hasta un recuerdo lejano de un horizonte que con tanta urbanización emocional había dejado de ver.

Laura es pintora, y por ahora está dedicada a dibujar (en las paredes si es posible) a unos hombres que parecen chicos y se tocan el “pito” todo el tiempo, como dice ella. Es una obra de caricatura, llena de color y ternura; a ella le encanta ese efecto que causa en la gente que la ve: una sonrisa inevitable se nos viene (por lo menos a las mujeres) cuando vemos a un chico con barba, comiendo helado, saltando y exhibiendo su pene al aire el muy bandido. Pero no se imaginen nada grotesco, todo lo contrario, Laura tiene el talento de hacerlo divertido… y ahí fue donde empecé a recordar… hubo un tiempo, muy corto, cuando me estaba buscando, que me encontré con el lado masculino más amable que tienen los hombres, y los pude ver como me hubiera gustado poder verlos siempre, como chicos que casi siempre confunden la felicidad con el placer y que la torpeza de su amor nos hace reír a las carcajadas y nos conmueve hasta las lágrimas; como ese cable a tierra, que nos devuelve la realidad como un juego fácil de jugar.

Laura me recordó que la relación con los hombres no siempre fue ese tire y afloje medio histérico en que nos sumimos muchas mujeres de mi generación, esa relación de tensión y de poder, una competencia donde el que gana es el que adivina primero la intención del otro y pone el pie justo en el lugar preciso para hacerle al otro una zancadilla espectacular que lo deje inhábil para salirse del meollo que llamamos relación. Por mi parte yo nunca entendí cuál era la intención del otro y cuando creía que había adivinado, ponía la zancadilla en el lugar equivocado, consiguiendo a lo sumo, darme de bruces contra el mundo; me acostumbré tanto a que mi torpeza no tuviera límites que dejó finalmente de dolerme, y empecé a reírme, con la resignación del que olvida que tiene algo qué perder… por eso cuando empecé a ver las pinturas de Laura, recordé que es preciso volver a encontrar ese hombre inocente con el que la relación se basa exclusivamente en la diversión, donde al contrario de todo lo demás uno llega a relajarse, a tomarse un tiempo para jugar al juego del amor sin especulaciones, sin objetivos, sin cálculos, nada más por el placer de verlos caer en la suave red de la seducción de la mujer fatal que todas llevamos dentro; y dejarse llevar viéndolo a él dejarse llevar, haciéndose el valiente, sin preguntarse en qué se está metiendo, para disimular su miedo a perder; viendo al chico convertirse en hombre.

No sé cómo le voy a hacer para encontrar eso, pero por lo menos Laura me ayudó a sacudirme la resignación, y me recordó que existe la posibilidad de hallar lo otro… en todo caso, le pido encarecidamente al que tenga pistas de un chico inocente y seguro, vestido de camiseta azul con un estampado de calavera en el pecho, que parece más joven de lo que en realidad es, pero que cuando uno mira sus ojos estos delatan el paso de los años, y hablan de la sabiduría que su boca come helado no puede; que me diga dónde lo puedo encontrar o que por lo menos le avisen que le tengo un par de trucos de magia que le van a gustar.

domingo, 15 de octubre de 2006

Saudade

Dice precisamente un portugués escritor de hace tiempo llamado Queirós, que la melancolía es la hermana menor de la tristeza, la más mimada y feliz, y yo creo que por eso, después del amor, es el sentimiento favorito de nosotros los que amamos con un amor que primero nos mata antes que morirse. Y es que en portugués no existe eso que en español llamamos “hacer falta”, en ese mundo precioso simplemente se siente nostalgia por el que no está presente, dirán algunos que es lo mismo, pero la diferencia sutil abre un abismo infinito de sentimientos. Cuando uno dice que algo le hace falta, está asumiendo de entrada su ausencia, la nostalgia en cambio es un sentimiento que se produce precisamente por no poder separarse de aquello que no está presente; decirle a alguien, como se dice en portugués, que uno siente nostalgia de él, o de ella, es confesarle que nos hemos rendido ante a la realidad de que ni la distancia hace que el amor desaparezca, de que el otro se queda tan ahí aunque esté tan lejos, y no verlo, sentirlo o escucharlo sólo hace que el amor se encierre en un capullo de nostalgia para protegerse de aquello que se supone acaba con todo: el tiempo y la distancia.

Por eso, después de oír a Madre Deus, si que no queda duda de que los portugueses saben de nostalgias más que nadie, el Fado, su ritmo más popular, es una música que con cada nota va un paso más allá (o adentro) de la tristeza pueril, y por eso no queda más remedio que llorar cuando Teresa canta sin moverse, su Suave tristeza, con un vestido largo de velos verdes y rosas rojas, como si fuera la misma voz de la melancolía de un Dios que después de parir al mundo se quedó solo con toda nuestra ausencia… y ahí mismo, recordar que la vida misma se trata en todo caso de ir perdiendo como dijo alguien alguna vez, una mujer seguramente, porque la nostalgia tiene nombre de mujer, sólo una mujer puede cantarla con tanta belleza y sólo quien se haya encontrado con su lado femenino puede entender que hay pocas cosas más emocionantes que cuando alguien, a quien queremos como sólo en la distancia se puede querer, nos sorprende diciendo por el teléfono: tengo saudade de você.

domingo, 1 de octubre de 2006

Para no guardar silencio

Ayer volví a ver Diarios de motocicleta, y además de traerme los recuerdos gratos del viaje por Latinoamérica (que en estos días han estado en mi mente todo el tiempo, ese viaje se me ha cruzado por todas partes. Quién sabe que querrán esos recuerdos de mi) me recordó todo lo que nuestra realidad no ha cambiado. Cuando a Gael García le preguntaron por la película dijo que eso era lo que más le había impactado, casi nada ha cambiado desde los tiempos en que la realidad de este pueblo conmovió tanto al joven Ernesto Guevara como para convencerlo de que había que ganarse la justicia a punta de tiros. La película tiene retazos documentales que encajan perfectamente en el tiempo del que pretende hablar, hace unos 50 años, y las cosas así, mejor que se murió temprano el Che para no tener que envejecer como lo haremos nosotros, viendo a Bono en un concierto en Chicago, oyéndole suplicar a los asistentes que le pidan a su presidente que haga algo para acabar con la pobreza extrema en el mundo, y tener que llorar porque es la batalla de lo obvio, cómo explicar que si matas se muere, que si golpeas duele, que para despertar hay que abrir los ojos, que no se puede vivir sabiendo que un solo hombre muere de hambre en un mundo donde hay comida suficiente para todos, mucho menos 40000 mil niños al año mientras otros 4000 nacen diariamente, como si la piedad fuera sólo para los lobos.

La vida es tan compleja, tan grande habitando algo tan pequeño que quien la contiene a duras penas puede con ella, como para que además los 70 años en promedio le alcancen apenas para aprender a sobrevivir sin morirse de inanición. Quien se inventó eso de que hay que ganarse el pan de cada día, y además con el sudor de la frente, se debe estar pudriendo en el infierno que fue creado el día que se le ocurrió semejante idea, y aquel que nos vea desde afuera debe sorprenderse enormemente de nuestras excentricidades, donde la comida se pudre en los supermercados y se tira a la basura en los restaurantes que quedan a dos calles del lugar donde un niño mendiga pan en un semáforo, al frente de un almacén donde la ropa en los estantes podría abrigar a medio Alaska. Es tan ridículo que es difícil de expresar y mucho más de entender, y que sea tan obvio es lo que nos hace tan patéticos a nosotros. Pero volver a ello es tan inútil como el premio Nobel de la paz, sin embargo, me niego a aceptar el argumento de la complejidad del asunto, eso es más o menos como decir que los pobres quieren ser pobres, que la gente que pide en los semáforos vive mejor que cualquiera de nosotros, que mendigar es un negocio, eso es para los que quieren expiar su culpa a como de lugar, destruyendo la imagen inmunda en el espejo que son los pobres de nuestras ciudades. No, no es tan complejo, es muy fácil, es una cuestión de decidirnos, como cuando decidimos (tarde, muy tarde) que ya no queríamos un Hitller en nuestro mundo, que la esclavitud no era humana, y que el muro de Berlín no debía separarnos más. Como dice Bono: traer la humanidad de vuelta a la tierra debería ser tan fácil como enviar un hombre a la luna.

domingo, 24 de septiembre de 2006

1.600 metros más cerca de las estrellas

Estuve el fin de semana pasado en Bogotá (Manuela no te vas a enojar, no te llame porque estuve dos días, literalmente, llegué estuve un ratico y me devolví) y como siempre la ciudad más coqueta de Colombia me dejó perpleja, y como siempre, no precisamente por su arquitectura o sus parques, por el clima o la gente tan cálida, sino por lo que me pasa cuando estoy allí y por la nostalgia que me queda en el cuerpo cuando la dejo.

Fui a despedirme de mi amiga Beatriz que también se va del país, a la cual hay que desearle buen viento y buena mar, porque lo que va a hacer es buscarse, esperamos todos los que la queremos que se encuentre pronto y que como nos ocurrió a todos los que nos fuimos a buscarnos lejos, lo que encuentre le guste tanto que por fin sea feliz sin tener que quejarse, como para aplacar el sentimiento de culpa.

Además de ir a despedirme se supone que iba a trabajar, pero resultó sin pensarlo como unas vacaciones diminutas, en tan poco tiempo hice varias cosas que casi nunca hago, y otras tantas que no había hecho jamás: me vestí de señorita, con falda y maquillaje; desempolvé a la mujer con una blusa escotadísima y un aire sexy que me permitió bailar toda la noche y con todos, dormí en la casa de mis sueños, sólo como huésped, pero algo es algo; comí tamal con chocolate, pandebono, almojábana, mantequilla y mermelada, onces bogotanas que llaman, todo de una y nada más ni nada menos que en La Florida (para los que no sepan el mejor chocolatiadero de Bogotá y el más antiguo también) digno todo de mencionarse aquí, un manjar de los dioses; me permití por primera vez y sin entender muy bien las razones, escandalizarme porque un tipo me echaba los perros (como a todas las demás, no era que no fuéramos concientes todos del asunto) mientras estaba de reconciliación con la novia (pasa a ser parte de este relato no por lo de la echada de perros sino por mi molestia al respecto, cosa que nunca se había visto, puede que me esté volviendo mojigata); cociné, si señores, bueno, no propiamente cociné, pero serví de ayudante durante un día entero para hacer unos manjares que cualquiera de ustedes no creerían que mis manitas tuvieron algo que ver, lo disfruté y decidí que por lo menos, me gusta ayudar a cocinar.

Además me reencontré con mis amigos, tuve tiempo para darme cuenta en qué andan de verdad, darles un abrazo, inmiscuirme en sus asuntos, sentirme como cuando los conocí, en un mundo que no me pertenece pero en el que me siento tan cómoda como en mi casa; eso sí con una diferencia sustancial producto del rayón que me dejaron los alemanes con los que viví, ese sentimiento de tener que andar con cuidado para no molestar, preguntando todo el tiempo si puedo correr la silla, sentarme, pararme, ir al baño, abrir la nevera, echarle más azúcar al jugo, puff… terrible que después de tanto tiempo la paranoia no se haya ido, porque el problema de la visita no es del visitante, es del que lo recibe, si el que llega incomoda es quien decidió abrirle la puerta el que lo tiene que resolver, el pobre arrimado, que casi siempre está de paseo, debería dedicarse sólo a disfrutar, que si se porta muy mal, ya la próxima vez no lo recibirán y tendrá tiempo para sufrir.

Cosa que gracias a la generosidad de estos amigos bogotanos no me va a suceder, al fin Beatriz se desentendió de mí, me entregó a Doris y a Mario para que nos fuéramos acostumbrando todos a que las cosas serían así de ahora en adelante, pero como todo el que se desprende con delicadeza, llamó todos los días a preguntar si quería ir para allá a trabajar, y a ver como nos estaba yendo. Y al final Doris y su amor aceptaron con gusto ser los nuevos responsables de mí cuando estoy en Bogotá y para que no quedara duda me invitaron explícitamente a quedarme allí cuando pase por allá; yo que lo de la diplomacia me da tanta pereza, no les dije que no, que tranquilos que yo tenía mucho donde quedarme, no, yo sí acepté gustosa, si es que en esa casita linda no hace frío, está en el centro de la ciudad, es bonita por donde se le mire, tienen las visitas un cuarto y un baño para ellas solas, y los anfitriones son un par de muchachos del alma que parecen un matrimonio recién casado, es decir, vive uno como en un cuento de hadas, que para unos días no está nada mal, si pa la realidad ya tenemos a Medellín.

martes, 12 de septiembre de 2006

Recorrer, recordar, recorrer, recorridos

El sábado pasado salimos con los niños de Urbánicos. Difícil para los que no están muy cerca saber qué es esto de los Urbánicos, pero a riesgo de matar toda poesía, les cuento que es un proyecto de visibilización de las expresiones juveniles con pelados en situación desplazamiento.

Hace seis meses, en un intento de cuestionarlos y cuestionarnos, venimos haciendo juntos el ejercicio de preguntarnos qué significa, en todo el sentido de la cuestión, ser ciudadanos, ser habitantes de esta ciudadcita. Todavía no sabemos la respuesta, por lo que esperamos seguir inventándonos proyectos a ver si un día llegamos a algún Pereira, o mejor, a algún Medellín; por ahora, apenas alcanzamos a saber más o menos en donde estamos parados, y dónde está esa ciudad y ese ciudadano que queremos alcanzar; falta trecho, todo el que nos imaginamos, pero entendemos también, más o menos, que ese es el sentido de estar aquí, en la ciudad y no en el campo, en el oriente o el occidente y no en el sur y que vivir es eso, entender por qué estamos aquí y luego movernos hacia donde queremos. Como el hipotético lector puede estar pensando, parece que nos ponemos metafísicos y nos desviamos de la cuestión vital: qué tiene qué ver ser ciudadanos, con saber qué estamos haciendo en la vida; pues resulta que nosotros los Úrbanicos pensamos que mucho, primero porque es que las preguntas fundamentales vienen por niveles, uno no puede saber qué es ser nada, mucho menos ciudadano, si primero no sabe quién es, qué hace o pretende hacer aquí; y ahí viene la segunda cuestión, y es que pertenecer a una ciudad significa por definición desempeñar un rol, entonces hay que saber primero quiénes somos para poder saber qué hacemos.

Así fue como los Urbánicos empezamos a soñar con ser un futbolista, una periodista, o un viejito feliz, y como sucede siempre, al contrastar esos sueños con la realidad se nos abrió un camino extenso por recorrer, y con la ayuda de los que ya han recorrido parte de él nos dimos cuenta de que es largo y duro, pero no imposible. Un diseñador de modas y un chef nos contaron que uno empieza a recorrer el camino en busca de un sueño y en algún momento, casi siempre, el verdadero sueño, el de la vocación, nos toca la puerta, parece que termina siendo él quien nos busca y no nosotros a él, y ahí vino lo otro importante, había tantas historias que no conocíamos, que nos empezamos a preguntar por el médico y el escritor, la enfermera y el cantante: ¿quiénes son ellos?, ¿qué buscan?, ¿cómo llegaron a ser lo que son?, y eso, ¿los hace felices?. Casi todos a los que les preguntamos coincidieron en que la clave está en hacer siempre lo que nos gusta, eso garantiza que lo hagamos bien y que seamos felices en el proceso de búsqueda, hay momentos duros, en que parece que nada tiene sentido, pero con un poquito de confianza, que normalmente se confunde con suerte, nuestros sueños y nuestra realidad terminarán acoplándose.

En medio de todo eso nos fueron entrando ganas de contarle esos sueños, esas historias que cada uno lleva, a toda esa ciudad que pretendíamos contener, y en un ánimo de conjurar los mejores augurios, aprendimos técnicas para pintar señales que nos permitieron comunicarnos con Medellín, decirle quiénes somos, y fue en ese recorrerla para contarle, para ocuparla con estrellas que encerraban nuestros mejores deseos, que nos encontramos con el otro distinto, con el pukero y con la prostituta, quisimos entonces saber si ellos también sueñan, y si se sienten parte de esta ciudad, o como nosotros apenas comienzan a preguntárselo. Descubrimos a esta Medellín bonita e impresionante en una calle y que en al siguiente, se vuelve estrecha y fría, pesada… por eso al final, los niños decidieron que lo que había que hacer, era alegrarla un poco, mimarla en un recorrido que la acariciara y le trajera un poco de amor, que parece que es lo que nos falta para entender que todos cabemos en la ciudad, nada más toca estrecharse un poquito para dejar estar al rockero y el cura, la pitonisa y el recién llegado, y hasta al extraterrestre que nadie entiende.

En poco más de 4 horas recorrimos la ciudad para hacerla nuestra y hacernos de ella; recordamos que somos iguales, que todos estamos en eso de la búsqueda de la felicidad y que nos merecemos el mismo grado de dignidad para poder buscarla; volvimos a recorrer nuestros sueños, los sacamos a pasear; y finalmente hicimos ese recorrido, aunque fuera por un día, que en días menos venturosos nos ha separado de los otros.

martes, 22 de agosto de 2006

La patica de amor

Desde que mi sobrino Tomás tenía 3 años empezó a pedir un hermanito, se la pasó los siguientes dos años convirtiendo esta petición en su regalo favorito, el dichoso bebé aparecía en las cartas al niño Dios, las listas de cumpleaños, cualquier sugerencia de decoración del hogar, y en casi todas las conversaciones. A medida que iba creciendo su capacidad de raciocinio los argumentos eran más sólidos y para cada problema que planteaban su papás Tomás tenía una solución a la mano, al final no había quien lidiara con la lógica del corazón puro de ese niño que estaba dispuesto a todo, a compartir juguetes, cuarto y hasta cobijas si era necesario, un hermanito para jugar era lo que quería, pero si fuera una niña, él se encargaría de cuidarla, al final tachó de egoístas a sus padres que sólo pensaban en su comodidad sabiendo que lo mejor para un niño era crecer junto a un hermano.

Después de más de dos años de escuchar súplicas mi hermano y su esposa decidieron darle una oportunidad, cunado él me preguntó qué pensaba yo, le contesté que estaba de acuerdo con Tomás, tener un hermano había sido el mejor regalo que me pudieron dar mis padres, también sería lo mejor para él, por mi parte, tener un sobrinonunca estaba de sobra, también es el mejor regalo que un hermano nos puede hacer.

Mi sobrino Miguel fue el regalo de Tomás para su sexto cumpleaños, nació sólo 8 días después de la fecha exacta, y se llama así porque durante los primeros años, a donde iba Tomás se encontraba con un mejor amigo que se llamaba Miguel. Al principio a Tomás le tocó chuparse el aparente desinterés por él que se instaló en la familia a raíz de la llegada del nuevo miembro, por primera vez experimentó la sensación que produce tener que desprenderse de algo que uno quiere, y afrontar la dualidad de ese dolor en pelea con la felicidad de un anhelo cumplido, del amor que es capaz de renunciar a todo, de compartirlo todo. Fue la primera vez que al tigre de su colegio al que en kinder los niños le cuentan los problemas, Tomás le lloró, porque “las cosas no eran lo mismo desde que su hermanito había nacido” y a la vez cuando llegaba a su casa, antes de todo, cargaba a Miguel en sus piernas y cuando estaban “solos” le decía: Miguel, yo te amo tanto…

Estoy segura de que ese amor ha permanecido durante estos dos años y medio que Miguel lleva con nosotros, Toti (como se llama Tomás desde que Miguel pudo hablar) le molesta la vida todo el tiempo pero nunca se angustia tanto como cuando el pequeño llora y sólo él lo puede consolar, no le gusta que lo regañen y es al único ser humano al que le da besos y abrazos sin que se lo pida.

Una vez mi papá me enseñó que uno sabe cuando un hombre ama a una mujer porque inmediatamente después de tener un orgasmo la acaricia como si la acabara de conocer, nada qué hacer, es una prueba infalible; que eso lo sepa un hombre de 60 años recorrido y vivido en las cosas del amor es apenas natural, pero que un niño de ocho años reconozca el amor verdadero en un sólo gesto es algo simplemente sobrecogedor... cuando Miguel se acuesta junto a Tomás, le pasa la pierna por encima como hacemos todos los que tenemos al ser que amamos durmiendo a nuestro lado, a ese gesto su hermano mayor le puso el mejor nombre, el que describe la grandeza de un gesto que lleva implícito el más profundo de los sentimientos: La Patica de Amor.

martes, 15 de agosto de 2006

Nosotras que nos queremos tanto

Se llama Marta Salazar y en el garaje de mi corazón tiene un parqueadero privilegiado, cerca al de los incapacitados, porque su cojera emocional no le permitiría llegar a tiempo al centro y no es cosa de hacerle más difícil el trayecto tratándose de quien se trata, se preguntarán ustedes a qué me refiero con eso de “quien se trata”, para eso estoy aquí, quien lea esto, al final entenderá, si es que su corazón le da para tanto.

Han pasado 12 años desde que la conozco, éramos casi niñas entonces y todos nuestros rasgos se veían más acentuados, mi excesiva expresividad que no tenía pelos en la lengua contrastaba, supongo, con su muralla de arbustos hecha especialmente para proteger su corazón de oro. Yo que por esos días me creía caballero andante, temeraria de profesión, supe que tendría que sufrir algunos rasguños antes de llegar a saber quién era esa que tenía enfrente. Ahora que trato de recortar, compruebo para mi asombro que no tengo en mi memoria la primera vez que la vi, raro, porque yo recuerdo siempre la primera vez que veo a los seres a los que estoy destinada a amar... es como si no hubiera habido primera vez… pero es que a Marta la conozco desde siempre y esto es más que una simple metáfora… hace unos días alguien me enseñó una expresión que yo adopté inmediatamente porque por fin podría describir el parentesco con mi amiga: Marta es mi hermana cósmica, por eso no recuerdo la primera vez, porque fue como encontrarse con un mejor amigo después de dormir una siesta, debió haber sido un saludo natural y lleno de agradecimiento porque como habíamos previsto estábamos ahí de nuevo, ella con la cuchara en la mano para recoger mi corazón cada vez que los avatares de la vida lo dejan hecho pedazos y yo con el bastón para el suyo, para que camine cuando parece que no puede...

En realidad nosotras dos nos conocimos hace miles de años en una isla perdida de una galaxia en el centro del universo, muy cerca del big bang andábamos cada una por su lado acertando a descubrir la forma de vivir en un lugar donde ya no somos uno, sino miles de millones de pedazos que se han embarcado en la aventura de la individualidad; estuvimos discutiendo siglos antes de decidir lanzarnos a la aventura de la vida y como vimos que iba a ser difícil, nos prometimos acompañarnos siempre, nos tomamos de la mano, nos zambullimos en el tiempo y el espacio y aquí llevamos un buen tiempo. Siempre ha sido enriquecedor y mágico, como lo es para todo el que se atreve a experimentar la vida, pero estar siempre juntas lo ha hecho, además, mucho menos doloroso y más divertido; soy yo quien guarda su memoria y ella quien guarda la mía, en esta carrera contra la distancia y la separación que quién sabe adónde nos llevará...

Veníamos con toda esa historia cuando nos volvimos a encontrar en nuestra UPB, a la que tengo para agradecer la gente que me ha dejado, entre otras muy pocas cosas; allí hicimos parte las dos del grupo de las "manzanas podridas" y lo seguimos siendo, insistentemente, durante todos estos años; también como la primera vez pasamos horas enteras conversando, a ella no le importaron mis bordes filosos, ni a mí su arbustos de espinas, así, al amparo de las papas fritas, los sánduches derretidos y muchas risas, construimos la base de lo que ahora tenemos. Desde esos tiempos en que me sacaba de clase nunca le he podido decir que no a nada; no se sabe quién es peor, si ella que se inventa aquellas películas de piruetas vertiginosas y a veces imposibles, o yo que me lanzo en esas aguas como si tuviera agallas y sin miramientos de ninguna clase; al final siempre salimos vencedoras, unas veces más agotadas que otras, pero siempre con la satisfacción saliéndose por su sonrisa amplia como el cielo y mis ojos iluminados como las estrellas... Más o menos así han transcurrido 12 años que cuando miro para atrás y los veo, no puedo creer que haya pasado tanto tiempo, sólo alcanzo a hacerme a la idea cuando me doy cuenta de todo lo que hemos crecido y es en ese momento cuando las raíces fuertes y a arraigadas de esto me sorprenden de nuevo.

A estas alturas nos conocemos más de lo que podemos aceptar, más de lo que nadie se imagina; hemos compartido la vida en su más extenso sentido, hemos compartido nuestras decisiones, nuestros seres queridos, las mejores historias para contar, los libros, las canciones, la ropa, la plata, las cobijas, mis madrugadas y sus amaneceres, los ideales, el llanto más puro y las carcajadas más sonoras, mis discursos interminables y sus silencios más elocuentes, la comida, los abrazos, nuestras casas y los otros países, sus soles y mi sombra, todos los secretos, incluso los que no nos contamos y adivinamos sin esfuerzo, su falta de duelo y mi confianza en la vida, su buena suerte y mis malas espinas, la felicidad y los errores, un poco de cursilería y un profundo afecto. Por todo esto cuando ella se machaca a mí me duele el dedo así esté en Alemania y cuando yo me estoy yendo y perdiendo en el camino, ella deja la muleta a un lado y pone a correr su corazón para alcanzarme.

Nunca lo hemos hablado pero ambas hemos conquistado la certeza de que pase lo que pase esto que nos une jamás se romperá, porque es un tejido inocente y seguro, de gran belleza, fortalecido por todo aquello que no ha sido color de rosa, sujetado con su decisión y mi magia, allí donde ha estado a punto de romperse...

Mi Martina es tan buena como el pan que le gusta tanto comer, es noble y honorable, le tiene miedo a los desconocidos, por eso a veces parece parca y lejana, es inteligentísima, una maestra de la diplomacia que no necesita de la hipocresía, le gusta mucho vestirse bien y dormir televisión, pero lo mejor que tiene, lo que más me gusta, es que es paciente para escuchar todas mis historias, siempre tiene una sonrisa para los demás y una palmadita en el hombro para los amigos, como a mí, le gustan los quesos y la comida picante, tiene buen gusto y la vulgaridad no es una ropa con la que se sienta cómoda, es generosa por naturaleza, franca por convicción y limpia de corazón; su peor defecto es que no come bien, sólo tengo una cosa para reprocharle y lo único que no ha hecho bien en la vida es la forma en que a veces deja que los sentimientos se le vayan por el camino viejo...

Hoy que cumple años le agradezco a la vida por tenerla aquí, porque sin ella no sería igual, a mi mundo le faltaría una de las patas en las que se apoya, por eso brindo aquí a su salud, para desearle siempre lo mejor. De regalo le hago la misma promesa incondicional: no importa lo que haga o deje de hacer, aquí siempre habrá un lugar con las ventanas abiertas donde siempre hace sol, dónde escamparse de la lluvia y refrescarse del calor en un mar de agua dulce, donde siempre estará un hada con cara de bruja esperándola con un café en la mano, todas las palabras y todos los silencios para que se cure el alma o la descanse, según sea el caso...

viernes, 11 de agosto de 2006

A propósito del parque de Carlosé, La Miscelanea y otras cositas

…Porque el parque es como un muerto, uno de los buenos, todo el mundo lamenta su pérdida pero nadie puede hacer nada; por eso pensamos que lo mejor sería ponerle alrededor una cinta violeta, como las de los entierros, que en lugar de sentidas condolencias diga: prohibido pasar, privado, con las letras y barras de las cintas de señalización de los edificios en construcción.

No sé si porque el tiempo se acababa, porque las ideas expuestas eran buenas y estaban aprobadas, o porque nadie me preguntó, pero me quedé callada; dirá la mayoría que a nadie le tienen que preguntar para que hable de lo que tiene en mente cuando el propósito de estar ahí es precisamente ese, y más tratándose de mí, que gusto de decir lo que pienso, máxime si es fuera de tiempo y cuando ya no sirve para nada… me toca aquí entonces, reclamar el derecho a sentirme alguna vez apabullada, temerosa, insegura. En mi defensa alego el ego del artista, que a veces no le permite ver la sensibilidad en el otro; como testigo de que lo que digo si bien no es excusa es cierto, tengo un espasmo en la espalada que no me da tregua, que me atenaza todo el cuerpo y al parecer y debido a la evidencia innegable, afecta tanto mi ser como para agotarlo hasta el silencio.

martes, 8 de agosto de 2006

Piratas de película

Piratas del Caribe llegó este fin de semana a 400 millones de dólares recaudados en taquilla, yo fui una de las que puso 12.000 humildes pesos de esos, no me arrepiento, fui con mi sobrino y me la pasé muy bien.

Soy de esos que se dejan fascinar por las historias de piratas, tal vez porque estos personajes pertenecen al grupo de los grandes rebeldes, porque me encanta su condición de fugitivos, su bandera negra con calaveras blancas, seguramente porque La Isla del Tesoro es uno de los libros que leí con más avidez cuando era pequeña. La segunda parte de Piratas nos trae las canciones que cantaban, los rituales que llegaron a través del tiempo hasta nosotros para convertir una película sin mucho esfuerzo intelectual en una muy buena historia.

Desde la primera parte, La leyenda del perla negra, Piratas del caribe supo utilizar los mejores efectos en función (es decir, que los efectos le sirven a la historia y no al revés) de las mejores leyendas de piratas; es así como sus productores recrean en parte La historia del barco fantasma del alemán Wilhelm Hauff, que cuenta la leyenda de un barco encantado donde su tripulación fantasma está condenada a vivir eternamente en las noches, y a ser meros esqueletos de día. En la película todo eso sucede alrededor del mágico capitán Jack Sparrow, interpretado de manera adorable por el carismático Johnny Depp. Es increíble como este señor nos hace creer posible un pirata con ademanes de dama fina, que parece siempre borracho, pero más que eso, está loco después de haber pasado hablando solo en una isla varios años; que corre como una niña, y que a pesar de su falta de escrúpulos y su egocentrismo, nos resulta encantador.

Esta segunda parte, se me hizo un poco más densa, pero igualmente espectacular en los efectos que utilizan para contarnos las piruetas que tiene que hacer Jack para escaparse del Kraken (monstruo mitológico escandinavo), esa bestia del mar, que se lleva los barcos que tienen la marca negra (Véase La Isla del Tesoro) de un solo tirón. Nada que decir que no se haya dicho sobre el vestuario y maquillaje, cosa que nos sigue sorprendiendo de este Hollywood que no escatima gastos para hacernos creer que estamos en un barco pirata, con piratas de verdad, verdad, con patas de palo, ojos de vidrio, banderas negras, y el mugre de meses pegado a las ropas. Los malos de esta vez, son tan sobrehumanos como los esqueletos de la primera, seres que son una mezcla entre hombres y peces martillo, globo y hasta caracoles ermitaños, un arte hermoso, que los hace temibles, y espeluznantemente bellos, como los arrecifes profundos del mar de donde vienen.

Sin embargo, a pesar de ser tan comercial en tantas cosas, la película se sale en varios puntos de la formula Hollywoodense; que el protagonista sea un personaje como Jack ya es bastante, pero lo mejor es que al final nos dejan con la duda de que la protagonista, que se va a casar con el galán (Orlando Bloom), termina como enamoradilla de Jack, es simplemente encantador, no sé como describir el placer que da ver una película con 400 millones de taquilla donde el “bueno” termina mal, con la misma duda que nosotros de si la mujer que ama se volvió pirata o de verdad se enamoró del amoral Jack.

Yo siempre digo que a cine hay que ir sabiendo a dónde se va, si uno es homofóbico no se va a ver Brokeback Mountain, si no le gustan las historias de piratas, no se va a ver El Cofre De la Muerte; esta no es una película para reflexionar, o para tocarse el alma, es para ir a disfrutar, reírse, divertirse, la diferencia es que está hecha para eso pero con calidad. Por eso, gracias a los que ponen en imágenes esas historias que sólo aparecían en leyendas escritas, a Orlando Bloom por ser siempre tan papacito sin dejar ser un actor decente y darle así de comer a nuestros ojos y sobretodo millones de aplausos para Johnny Depp por hacer esas películas para sus hijos que nos recuerdan el niño que no podemos dejar de ser nunca.

martes, 1 de agosto de 2006

En días de espanto

En estos tiempos en que el espanto nos acecha desde el Líbano, la injusticia desde Méjico, y la desesperanza se instaló en nuestra propia casa, toca aferrarse a lo que sea para no perder las ganas de levantarse cada día. El sol anda por estos días muy titino, y eso es algo, los amigos siguen ahí, mordaces y pertinaces y eso es mejor, algunos se van o están lejos, eso no ayuda, pero otros han vuelto y llaman por teléfono y eso es como algún poeta dijo alguna vez: un guayacán amarillo en un cementerio. Lo mejor, sin embargo, cuando las cosas se ponen feas, es recurrir a los recuerdos; como dice Juan Luis Guerra últimamente: hay que guardar los buenos momentos para que te iluminen por siempre.

Hubo una vez, hace poco menos de un año, en que le escribí una carta a alguien y estuve varios días debatiéndome entre la necesidad de que respondiera y la seguridad de que no lo haría, luego, con el trajín de los días, tanto la necesidad como la seguridad desaparecieron; cuando estaba apunto de olvidarme del asunto, apreció en mi buzón de entrada un mensaje con el nombre del increíble remitente, en el momento menos oportuno, cuando estaba en una oficina con otras 5 personas, en un computador prestado por cinco minutitos para revisar una cotización y con un millón de cosas por hacer, imposible abrirlo ahí, había que esperar el momento para encontrar el tesoro (o la caja de Pandora) y con la promesa que el título del mensaje proponía en mi mente, salí a la calle, a un día de sol como hoy, con esa luz dorada que en esta ciudad hace las delicias del color; y ahí estaba yo, en medio del tráfico, ya no importaba qué dijera el mensaje, era un regalo que contenía la prueba de que aun estaba viva, otra vez el estómago estaba ahí, la sangre se sentía mover por las venas, el alma se echaba a caminar de nuevo.

Y mientras, un increíble se derramaba ocupando todo, increíble la valentía para escribir la carta, increíble la respuesta, increíbles sus efectos, increíble que un taxista frene despacio a mi lado y al verme grite sonriente: cuénteme el chiste a ver si yo me río también. Increíble esa sonrisa de pastel que duró hasta muchos días después de haber leído el mensaje que obró el milagro final de hacerme sentir que después de lo bueno sigue lo mejor; no sólo me llegó una respuesta sino una invitación sutil al dialogo, como quien deja una puerta ajustada y nada más. Yo por supuesto, esperé unos días antes de abrir esa puerta, para saborearme ese estar viva por un rato más. Nunca volví a saber del personaje, hasta que la sonrisa se diluyó entre otras menos amplias, y el sentimiento de victoria, el efecto del milagro, se convirtió en un recuerdo más, uno de los que iluminan los días en que respiramos sin darnos cuenta, y la sangre no corre cantarina por las venas sino que golpea furiosa de vez en cuando.

Pensé ahora justamente en ese recuerdo porque por más que lo intento no logro volver a poner en mi corazón esa esperanza y en mi rostro esa sonrisa, es más, hace tanto tiempo que no sucede que olvidé lo que se siente, porque sí, esos recuerdos son la tabla de salvación, pero no la salvación, el recuerdo de un día soleado no produce lo mismo que el calor del sol en la piel. Aunque claro está, mejor una tabla que nada, por lo menos sabemos que es posible, y sobretodo, recordamos aquello que enciende la esperanza: esas cosas suceden cuando menos te lo esperas; ese recuerdo envuelve la seguridad de que en la cosa más pequeña puede residir toda la felicidad, por lo menos la de un par de días, que a qué negarlo, terminan, como ahora, bastando para el resto.

martes, 25 de julio de 2006

Hablamos del peligro de estar vivo


En un capítulo memorable de Archivos X, Mulder se encuentra con una genio que le concede tres deseos; para el agente no fue muy difícil decidirse por un mundo completamente en paz; después de cerciorarse de que su amo estaba seguro de lo que quería, la genio desapareció a todos los hombres de la faz de la tierra. Mulder tiene que gastar su segundo deseo en reparar el daño, no era esa paz la que quería, la genio se lava las manos con un gesto de hastío. Mulder pasa dos días frente a su computador redactando el deseo perfecto de un mundo perfecto, su compañera Scully, que no cree en genios y esas cosas, lo encuentra enfrascado en el proyecto; después de escucharlo atentamente le responde que tal vez la paz no puede ser el resultado del anhelo de un sólo hombre, una sociedad más justa, un mundo mejor tiene que responder al profundo deseo de todos los que lo habitamos, de cada una de nuestras voluntades. A mí como a Mulder me costaría un poco renunciar a la posibilidad de hacer realidad ese sueño con un chasquido de los dedos, pero tengo que reconocer que en ningún caso sería una buena idea perderse el proceso y la construcción que requerirá llegar allí.

Yo creo en la bondad natural del hombre, en la capacidad que tiene de ser compasivo, de dar la vida por sus seres queridos, de sobrevivir en el mundo hostil que él mismo ha creado, yo creo en la criatura que viene de una raza que ríe cuando debería llorar, y que está llena de gracia; también creo que las cosas no han cambiado mucho desde que nuestras guerras eran del fuego, que aun somos primitivos, que estamos apenas empezando a crecer, que lo único nuevo son los juguetes; sin embargo me preocupa nuestra madurez mental tan por encima de nuestra madurez emocional, un cerebro muy grande para un corazón tan frágil, a veces eso me quita el sueño, pero recuerdo quiénes somos en realidad y no puedo más que sonreír.

Porque además de creer en nuestra bondad natural creo en nuestra perversión por convicción, perversión que no maldad, que son cosas muy distintas; a los seres humanos nos gusta el dolor, la tragicomedia, por eso todo el tiempo creamos escenarios para vivir inmersos en ella. Por qué no aceptar que no somos perfectos, que tenemos un filo que de tanto evitar se nos sale de las manos; que estamos aquí porque queremos, decidimos que el mundo fuera así y en realidad no lo queremos cambiar, si lo quisiéramos el hambre se acabaría mañana, si de verdad nos pareciera importante, la desigualdad desaparecería, y la única razón para que no suceda es que no nos decidimos todavía a ser buenos, a acabar con los problemas, porque dónde quedarían los médicos sin enfermedad, los abogados sin cárceles, los curas sin pecados, los filántropos sin hambre, los que escribimos sin el drama. Dónde quedaría la mitad de lo que somos.

Alguna vez alguien dijo que creía en la posibilidad estética del error, a mi me gusta esa frase y la repito cada que cabe, deberíamos extenderla no sólo al arte sino a nosotros mismos, a nuestro mundo, aceptar que nos equivocamos, que somos terribles, que todos llevamos un monstruo, que no tenemos que aspirar a ser Dios, que esa cualidad divina ya está reflejada en la capacidad que tenemos de crear nuestra realidad a nuestra imagen y semejanza, deberíamos ser más compasivos con nosotros y los otros, dejar de exigirnos esa bondad a secas que no existe. Porque si de algo estoy segura es de que la única manera de amansar la bestia es reconociéndola, mirándola a los ojos, dándole su lugar, alimentándola para poder controlarla, jugando con ella, como una bomba que se hace explotar en un ambiente controlado; ignorar nuestra perversión es ignorar una parte de nosotros y uno no pude cambiar lo que no le pertenece.

Aceptar nuestra “maldad” conlleva la aceptación de nuestra responsabilidad individual en el estado de las cosas, la aspiración a la bondad absoluta sólo nos hace sentir culpables de algo que se puede expiar con dos padrenuestros, la responsabilidad trae consigo la acción, eso lo saben todos los padres que se han hecho un día responsables de otra vida, como saben también que la acción tiene una posibilidad de error, todos los padres actúan sabiendo en el fondo que la mitad de las veces se van a equivocar.

En cambio quien cree que sólo debe ser bueno, deja su ser a merced de la oscuridad que un día de tanto aprisionarla explota y daña a todos, después simplemente pide perdón y cree que debe ser perdonado porque es bueno, él no sería nunca así de malo. Es una forma distinta de lavarse las manos y que la vida siga y que la oscuridad nos posea.

Distinto sería si aceptáramos que esa perversidad está ahí y que de vez en cuando hay que dejarla ser, que tenemos apetitos, que no todo el mundo nos tiene que caer bien, que podemos tener mal genio, que la paciencia se nos acaba y que las cosas tienen límites, las nuestras y las de los otros. Porque somos ovejas con piel de lobo, lo único que no podemos aceptar es contradecirnos tanto que nos convirtamos en lobos con piel de oveja. Y así tal vez un día tengamos la valentía para vivir en un mundo donde sea mejor ver a una mujer en la calle haciendo el amor a los gritos, que al soldado gimiendo de dolor en un campo de batalla.

martes, 11 de julio de 2006

Aufwidersehen

Se acabó el mundial, y como casi siempre, (hablo por los pocos que me han tocado), se va dejando un guayabo lúdico que tendremos que aguantar un par de días más, sin embargo no puedo decirle adiós sin hacer primero un balance personal (eso que quede claro).

Cosas buenas, muchas, el placer de ver buen fútbol en escenarios soberbios hechos a la medida de ese arte moderno que deja tan complacido al obrero que llevamos dentro, un templo adaptado con 25 cámaras para ritualizar todas nuestras primarias emociones, la pasión, la ambición de ser el mejor, el más fuerte, el más capaz, el miedo a perder, el más antiguo de todos nuestros miedos, la necesidad de encomendarse a los dioses, a la fortuna, a la magia que hace que un balón no entre cuando no debe entrar y entre en contra de todas las posibilidades.

Cosas buenas es que ecuador haya llegado hasta octavos y se haya ido dignamente del campeonato, cosa que Costa Rica y Polonia no pueden decir (me refiero a la dignidad), el buen fútbol de Argentina y España, la precisión de los alemanes, el juego limpio de Japón, la sorpresa de Australia, las ganas de Portugal, el uniforme de Italia, la manada de papasitos que hubo en todos los equipos. Bueno es que los Brasileros hayan preferido no ir a su país, y a los argentinos los hayan recibido bien en su casa, que Colombia no haya ido a hacernos pasar vergüenzas.

Triste, que México y Argentina se hayan quedado tan pronto, que los cuartos hayan sido tan disparejos como Argentina-Alemania, mientras que en el otro grupo se la jugaban Italia-Ucrania, que la final no hubiera sido Brasil-Argentina como yo hubiera querido, que España no hubiera podido superar su complejo histórico frente a Francia, que con la disculpa de que Brasil juega pensando en 7 partidos y no sólo en uno, nos hayan dejado con ganas de ver el juego bonito y pasaran por este mundial sin pena ni gloria excepto por Ronaldo y su record de goles hermosos. Que el mundial haya sido en Alemania y yo no hubiera estado allá, que no haya una mujer con pantalones en la FIFA, que ponga por reglamento y sin excepción a todos los jugadores a quitarse la camiseta cuando metan un gol, y en su defecto, en el instante mismo en que el central pite los 90 minutos.

Malo, malo, Zidane, que había jugado como siempre, como el dios azteca, que se despedía, que se dejó provocar por un Materazzi pescando en río revuelto, haciendo su papel. Los rumores dicen que el italiano le agarró la camisa, el francés arrogante le dijo que si quería la camiseta se la regalaba al final del partido, no se sabe qué le contestó Materazzi, las buenas lenguas dicen que él prefería quitársela a su hermana, la de Zidane, las malas dicen que algo sobre su origen argelino, Zidane le responde con un cabezazo falto de toda compostura, burdo, indigno, Bufon lo ve, le pone la queja al cuarto árbitro a quién le dice: tú lo viste y si no haces nada el video te delatará, paran el partido, el central habla con su compañero y segundos después sale corriendo tocándose el bolsillo, vemos venir lo que todos temíamos, le saca la roja a Zidane, nadie quiere creerlo, todos sabemos que se lo merece, antes de salir de la cancha Bufon se le acerca, lo obliga a mirarlo a los ojos, y le dice: lo siento, pero tú sabes que eso da roja, lo siguiente que nos dejan ver es a Zidane saliendo por el túnel, dándole la espalada a la copa. Aquello que será una leyenda cuenta que cuando entró al camerino se tiró al suelo y acurrucado lloró inconsolable.

Yo no me explico cómo pudo pasarle algo así a semejante señor, será que tal vez no lo era tanto, dejarse provocar por las palabras de un Italiano, es como dejarse apabullar por los ladridos de un pinche, cualquier insulto hubiera quedado resuelto con la certeza explícita de que el agresor no le llega ni a los talones al agredido, viendo la repetición del incidente uno adivina que fue un impulso, que sólo tuvo tiempo de desviar el golpe que iba a la cara, hacia el pecho, con una cámara especial que seguía permanentemente a las estrellas del fútbol esto no le alcanzó para salvarse de la sanción, la peor, en el peor momento, fue tan impactante que hasta los italianos quedaron desconcentrados, lo siguiente fueron balones a ninguna parte, desconcierto total. Se fue uno de los grandes, todavía hoy con la cara triste.

Ojalá y Zidane en el camerino haya llorado lo suficiente por todos los que lo admiramos y que queremos el buen fútbol, que no es el de buenas intenciones, porque ese no existe, utilizamos este juego precisamente para expiar nuestras peores conductas, pero sí el del aguante del caballero mítico, del guerrero que arremete contra su enemigo con elegancia, de ese enemigo a la altura que sigue adelante a pesar de todos los dolores, incluso los del alma y juntos nos hacen creer que lo que vemos es una bella coreografía a 25 toques con un final de fantasía donde el último fusilado se estira majestuoso en una pirueta imposible e inútil y nosotros podemos gritar a todo pulmón: Gooool.

martes, 27 de junio de 2006

Extraño Alemania


Nunca pensé que iba a decir esto alguna vez, y mucho menos en público, a veces se me ocurría una nostalgia parecida, pero nunca lo quise admitir, sin embargo con todo esto del mundial se me ha alborotado la melancolía y hasta me he pillado buscando alguna imagen en el televisor que me devuelva un poco lo que dejé allí.

Es difícil decir algo así, sobretodo en un país como el nuestro donde las posibilidades de salir son tan pocas, donde nos encarcelaron a todos por culpa de unos cuantos, no puedo decir que extraño otro país sin sentirme culpable por los que no han tenido los privilegios que la vida ha tenido a bien en concederme, ahí sí como dice Silvio Rodríguez “que me perdonen los muertos de mi felicidad”.

Pero tampoco puedo callarme, porque sería desleal con lo que vengo sintiendo estos días, con mis afectos, con un año y medio de vida real donde cada minuto era una vida entera, con todo lo que pasó en el transcurso de esa eternidad, y a riesgo de parecer chicanera o esnob, paso a hacer esta declaración.

Extraño Alemania, extraño el Dom, esa catedral inmensa que parece una aparición, un holograma que se va a doblar en cuanto alcemos la mano y la toquemos, extraño estar ahí de noche, sintiendo mucho frío, sintiendo que me ve, y me protege de la hostilidad de la ciudad en que reina. Extraño el Rin, pasar por encima de él para ir donde la Martuchi, y en esos segundos perder de vista al mundo, dejar que el agua se lleve todo; sus orillas en invierno, llenas de árboles muertos en vida, y luego cuando llega la primavera no reconocer el lugar de tanto verde y olor a pez vivo.

Extraño sin palabras para describir de qué se tratan cada uno, las salchichas, el salami, el croissant relleno de nutella, la Nutella, el pan cafecito redondo que sabía ácido, el té verde en las tardes, la mostaza, los pepinos en vinagre, la ciclovía, los viajes fáciles a Paris y Barcelona.

Extraño las clases de alemán, el descanso multicultural de media hora, a mis compañeros turcos, africanos, españoles, argentinos, brasileros, y hasta a la polaca que no me caía bien, a la profe Gabi, que nos hacía escribir obligatoriamente con tres colores diferentes. Extraño el café Sur donde caíamos todos los latinos a tomar café maluco (porque en ese país no existe el buen café) y un omelet delicioso, la sopa de remolacha que hacía mi jefa Bia, la tortilla española de Ana, el pato que la Marta se robó un día del restaurante y preparó nada más para probar a qué sabía, las milanesas de Laura.

Extraño el café y el humor brasilero de Bia mientras Lelé se despertaba, recoger a Marta a la una de la mañana en el restaurante, el té especial para las mujeres que tomaba en la casa de Ana mientras yo arreglaba el mundo al que ella insistía en no verle arreglo, ir en bici hasta el lago con Laura, cantarle Los pollitos y La iguana a Lelé todas las noches, ver a Luca, hablar con Luca, dejar que Luca me despeine y esconda mis zapatos, joderle la vida entera a Stefan, que me quiso tanto, con tan pocas ganas y sin poder evitarlo.

Extraño la amabilidad de los hombres europeos, la belleza de los argentinos, la inteligencia de los africanos. Las mejores vacaciones que he tenido en mi vida, comenzando con Bunbury en el salón de baile La Paloma, esos veinte días en España en familia, con una familia distinta en cada ciudad, con los amigos, pura belleza y pura paz, sentir por una vez que no hay nada más qué pedir.

Extraño profundamente a mis amigas en mi casa, fumando comiendo y durmiendo, recorriendo Latinoamérica con la imaginación, riendo a carcajadas por cualquier pavada, leyendo a Cortázar y Gabo en voz alta, soñando con un mundo mejor, más justo, más divertido, donde como en ese sótano no existieran las fronteras y al final no tuviéramos que separarnos.

Extraño extrañar a Colombia, verla desde afuera con todo su dolor y toda su belleza, tener la certeza de amarla así, escuchar a Carlos Vives con el estómago encogido, las cartas de mis amigos donde dijeron cosas que no habían dicho nunca y que no volverían a repetir, nuestra nostalgia mutua, nuestro amor de lejos.

Esto es lo malo de vivir en otro lugar, se condena uno a la nostalgia eterna, es como ir dejando pedazos de ser por ahí, y decidir sin quererlo que nunca más nos sentiremos completos.

martes, 20 de junio de 2006

La próxima semana cumplo 29 años…

La vejez no es algo que me preocupe, la verdad es que los años además de arrugas traen sabiduría y también callo. Vivir se ha vuelto más fácil, creo de verdad que estoy en la mejor época de mi vida, aun soy muy joven para pensar que se me acaba el tiempo, que dejé de hacer cosas, que debería arrepentirme de unas cuantas, pero tampoco tengo los 19 a los que no me devolvería nunca, no sé si soy la única que no añora su juventud, porque además no es que no la haya disfrutado, todo lo contrario, le exprimí el tuétano, seguí todos los caminos del exceso que me sedujeron (aunque debo admitir que no eran los mismos de los otros jóvenes de mi edad, por lo menos no de los que me rodeaban) pero viví y me morí hasta el hartazgo, ahora simplemente estoy, y trato de ser.

Sin embargo cuando uno va a un concierto de Mozart, quien compuso su primer minuet a los poco más de cinco años, es imposible no asombrarse de la lentitud con la que vamos caminando algunos por la vida… Este pensamiento me da unas vueltas en la cabeza, y alcanza a darse una pasada por el estómago antes de alejarse por completo después del concierto. Pero vuelve, haciendo morisquetas de lejos y al principio, y después correteando como loco por todo el cuerpo cuando días después veo un partido de España contra Túnez, y un muchachito de 22 años no sólo está seleccionado el muy campante (lo que para un futbolista significa estar en el paraíso de sus sueños), sino que además es un españolito guapísimo y carismático, con un motiladito de punky que lo hace ver muy bien. El niño Torres apenas acabó de salir de la adolescencia y ya tiene la vida resuelta: sabe qué quiere, tiene el talento para conseguirlo, de hecho ya lo consiguió, no le falta nada y sin embargo todavía tiene esa carita de que lo primero que piensa cuando mete un gol es: mi madre va estar orgullosa.

A los 22 años yo no tenía idea de lo que quería, hacía rato que me lo preguntaba, llevaba cinco años exigiéndome una respuesta, todos los días, mientras estudiaba publicidad y sabía casi con certeza (porque con certeza ni cómo me llamaba) que no iba a ser publicista.

A los 22 años acababa de salir de la universidad, mis días eran un interrogante, un agujero negro en el estómago que se tragaba todo lo que pasara demasiado cerca, pintaba camisetas mientras escuchaba MTV, me iba a hacer deporte con unos amigos, dos horas en la noche, donde al compás de un aeróbico debatíamos y tertuliábamos sobre lo humano y lo divino, la disculpa era la salud, pero en realidad era la belleza, y en el fondo escondida, la buena conversación; luego llegaba a mi casa y leía, recuerdo que leía mucho, todas las noches, hasta las tres de la mañana, los fines de semana trabajaba en un bar en el que me divertí como loca aunque en ese momento no lo supiera, todo eso entre mil maromas cerebrales y acciones desesperadas para encontrar quién era, o por lo menos quién quería ser, a estas alturas mi corazón ya no me hablaba, sólo se quejaba, y yo le respondía con un grito que me dijera de una vez por todas qué esperaba de mí.

Por mucho tiempo creí que había sido sólo yo, pero ahora que me he encontrado con mucha gente joven, sé con seguridad que es la edad, la angustia existencial es a un joven lo que el Edipo es a un niño, inevitable, hay que pasar por ello, y es mejor agotarlo para que no nos deje traumas que el siquiatra tenga que arreglar. La última vez que un pelado de 22 años me dijo casi llorando que no podía con la vida, que necesitaba encontrarle un sentido porque su ser no iba a soportar mucho más sin saber qué era eso de la felicidad, no pude más que sentir lástima, porque sabía que no había nada que yo pudiera decir o hacer para saciar al agujero negro, excepto tal vez, pedirle paciencia, asegurarle que la vida tiende a mejorar, a acomodarse, que lo único que no hay que hacer, es renunciar a la pregunta, a la búsqueda, porque aunque no se lo dije, ese es el sentido de la vida: “Bienaventurados los que buscan aunque mueran creyendo que no han encontrado”.

Por eso no me imagino lo difícil que debe ser para el niño Torres la vida, todavía está en esos años donde uno siente que cada vez que respira se traga el mundo, y eso más que placer le causa dolor, no desearía estar en esa montaña rusa donde uno es literalmente una herida abierta caminando, sin saber para dónde, pero sobretodo sin saber porqué, mientras se supone que uno lo tiene todo; no me imagino cual será su angustia después de un partido, cuando está solo, sintiendo que ni dos goles en un mundial se han escapado del agujero negro.

Cada vez que lo pienso me alegro profundamente de mis próximos 29, todavía la búsqueda no ha terminado, sigue más ardiente que nunca, pero ya no duele, y cuando duele, también me la sollo, como me hubiera gustado sollarme esos días maravillosos en que pintaba camisetas de el Rey León y Frida Kalho, me sabía todos los videos de MTV, y me leí a Borges y Miller completitos.

martes, 13 de junio de 2006

MANOS QUE CURAN

Hace quince días estaba en una de esas semanas horribles que nadie quiere vivir, en las que el cuero ya no da para más, ni siquiera para ver que el cielo es solidario con nosotros y se ha puesto gris, le echamos la culpa a las circunstancias y ésas, se supone, son transitorias, cosa que nos deja sin consuelo posible, hasta que no se acabe la velocidad de afuera el hueco en el pecho no va a desaparecer. Estaban las cosas así, sin parar, subiendo y bajando las lomas de esta ciudad, en una carrera contra el tiempo y el espacio que se miran a sí mismos y empiezan a llenarse con lo que tienen a la mano, que casi siempre es un montón de nuevas preguntas.

De pronto, en medio de la avalancha de acontecimientos (casi todos sin importancia, acciones de rutina con muy poca sustancia) me encuentro en el salón de clase de un colegio para sordomudos, mucha juventud y mucho silencio, primera contradicción que empieza a sacudirme un poco, luego vienen a ponerme un nombre, porque Ana Lucía no es más que un puñado de letras sin sentido para los que no pueden oír su sonido, el ritual dice que me debo identificar por una seña que nadie más tenga, empiezan las propuestas en un escándalo de manos moviéndose que yo no entiendo y que la profesora oyente traduce para mí, la seña del conejo me gustó, pero no fue aprobada porque un chico del colegio perteneciente al grupo vecino ya se llamaba así, entonces alguien hace una seña, la profesora llama la atención sobre ella: el dedo índice va hacia el ojo y hace un gesto para hacerlo rasgado, luego la mano completa se acerca al cabello y recorre una melena lisa e invisible que llega a los hombros.

Y ese gesto que desde ahora me define, me aterriza completamente, mi mente se enfoca y deja de pensar con una de sus mitades en las mil y una cosas que tiene que hacer después, o que hizo antes, que no va alcanzar a hacer, y estoy ahí, mirando a unos chicos tan normales como cualquiera, larguiruchos adolescentes que tratan de responder a la tarea de español, hacemos un par de actividades juntos, no sé si sólo es mi impresión pero son más organizados, quizás un poco más disciplinados, en pocos minutos me ablandan, me conmueven , me pregunto de qué me quejo, hay un silencio por respuesta, el corazón se me acaba de encoger, miro el reloj, tengo que irme ya, adónde, no sé, tal vez es la costumbre de estar corriendo de un lado para otro, me levanto, le digo a la profe, ella le traduce a sus alumnos, yo ya estoy casi en la puerta, oigo palabras solitarias que repiten lo que yo digo: se va porque tiene que trabajar, yo estoy mirando a todos y a nadie, entonces sucede, mis ojos se van hacia Cristian, está en un esquina, está hablando con las manos, y antes de que la profesora me traduzca en palabras que yo pueda comprender, yo sé lo que me está diciendo, el movimiento de sus manos es suave, la expresión de sus ojos completamente elocuente, yo siento como toda la angustia que me aprieta el pecho se espanta como una mosca que alguien aparta con la mano, se va al piso, desaparece, y queda esa sensación que sólo puedo describir con una palabra, la que llega a mis oídos como traducción de lo que Cristian dice: tranquila.

martes, 30 de mayo de 2006

PRISAS

La impotencia me apuñala. Cómo hacer para poner a andar un mundo que no quiere, cómo hacer ver lo obvio al que no puede, si sólo tuviera la astucia del verdugo… ¿me convertiría en verdugo?

Escribo mientras espero que alguien vuelva al Messenger y quiera consolarme, mientras espero que los profesores terminen clase o vuelvan del compensatorio de elecciones para que me atiendan, mientras el jefe de núcleo llega parsimonioso a su oficina, mientras pasan los días y por fin alguien me puede regalar 20 minutos de su tiempo.

Vivo mientras cada 5 segundos un niño se muere de hambre, espero a que mis compatriotas acaso quieran darse cuenta del precio alto que pagaremos todos por querer tapar el sol con un dedo, fingir que no pasa nada, y sólo unos pocos, a los que nos llaman pragmáticos, vemos lo patético de una situación que se agrava cuando en realidad es tan fácil de solucionar como darle de comer al hambriento y salud al enfermo, con más justicia y menos caridad.

Escucho a alguien ofender a sus semejantes sin siquiera darse cuenta, mientras vende una biblioteca como si fuera un regalo que alguien misericordioso viene a ofrecer, cuando en realidad es el intento de reestablecer un derecho tantas veces ignorado, y callar, porque hay que ser diplomático, cuando ser diplomático empieza a parecer falto de la más mínima moral, desleal, medusas con cabeza de víbora, nadie sabe entonces qué es verdad y qué es mentira.

Un ángel espera durante un tiempo que es eterno a que otro desconocido lo encuentre, que se de cuenta de que detrás de las alas de gallinazo se esconde un hada, un valiente que se atreva besar el sapo que por un maleficio atrapa a un príncipe.

Esperar, y seguir esperando, esperar otros cuatro años, esperar toda una vida porque sólo al final sabremos si valió la pena. “Morir todavía y no después, buscando sin remedio”.

martes, 23 de mayo de 2006

Como en los años cincuenta

Se acercan las elecciones y el clima se espesa. El domingo por ejemplo en un almuerzo con algunos miembros de mi familia, salió el tema, yo que conozco las inclinaciones políticas de mi estirpe decidí quedarme callada, hasta que no se aguantaron y el esposo de mi prima, muy querido él, pero que evidentemente no me conoce sino en las faenas familiares, me preguntó que por quién iba a votar, yo le contesté tranquilamente que por Carlos Gaviria, entonces me miró con incredulidad y al ver que mi respuesta había sido sincera, dictó sentencia: Entonces ésta es guerrillera.

Yo pensé que cuando me sucediera algo así, se me iba a salir como mínimo el apellido, el que no comparto con esa parte de la familia, y me iba a echar un discurso de aquellos, por eso me sorprendí cuando al examinarme, me di cuenta de que no sentía ni siquiera enojo ante semejante acusación, que por cierto está bastante alejada de la realidad. Alcancé a pensar entonces que estaba asumiendo la posición soberbia del que cree que de verdad tiene la razón y el otro no le merece más que compasión. A todas estas, el esposo de mi prima se estaba echando los mejores chistes sobre mi posición política, recuerdo sólo frases sueltas por ahí, como que su deber era hacerme cambiar de opinión, que entregarle el país a Chávez, que guerrilleros, que Uribe trabaja, entre otras. Yo seguía ahí impasible, partiendo las zanahorias, pensando que yo no esperaba otra cosa de quien me hablaba, que todo lo que decía reflejaba su pensamiento, su modo de ver la vida, que lo raro sería lo contrario, y entonces me di cuenta que tampoco era compasión por el ignorante lo que sentía, (aunque a veces y después si se me ocurre un poco) lo que pasaba era que lo entendía, y como una cosa que viene después de la otra, y en vista de que mi interlocutor ya esperaba una respuesta, le contesté que si él creía que Uribe era nuestra mejor opción, pues que votara por él, estaba en todo su derecho, que yo iba a votar por Gaviria porque él me representaba mejor, porque esa era la diferencia entre Uribe y Gaviria que era la misma que entre él y yo, yo comprendía nuestra diferencia, la toleraba, pero sobretodo lo respetaba igual que si me hubiera dicho que también votaba por Gaviria.

El hombre, que ya me estaba empezando a decir Reyes, por Raul Reyes, se quedó callado, y un poco pensativo, al rato volvió a funcionar con el apodo, pero cada vez que lo hacía era como por terquedad, por allá entre una risa y otra, se puso muy serio y me preguntó que si yo me enojaba, y me echó un discurso de que él era suficientemente maduro para aceptar que cada uno votara por quien quisiera, yo le dije que no me molestaba, que ciertamente no me gustaba que me dejara de llamar por mi nombre, pero que para pelear por esas cosas ya teníamos a Uribe.

Cuando llegué a mi casa estaba muy contenta, como casi siempre después de un día en familia, con la tranquilidad que da la comprensión, la capacidad de hacerse responsable de la situación en que uno es el que tiene más claridad, eso me lo enseñó Betty, mi amiga de Bogotá, a la que antes le decía mamá, y con quien hace poco nos venimos graduando de madre e hija adoptivas y pasamos a ser sobretodo amigas entrañables, ella tal vez no se acuerde, pero dentro de todo lo que aprendí de ella cuando apenas tenía 18 años, lo más grandioso es eso, si uno es quien está seguro de “saber” tiene la obligación de mantener la cosas bajo control, así le toque ceder, porque nadie puede darse el lujo de equivocarse teniendo toda la razón.