martes, 22 de agosto de 2006

La patica de amor

Desde que mi sobrino Tomás tenía 3 años empezó a pedir un hermanito, se la pasó los siguientes dos años convirtiendo esta petición en su regalo favorito, el dichoso bebé aparecía en las cartas al niño Dios, las listas de cumpleaños, cualquier sugerencia de decoración del hogar, y en casi todas las conversaciones. A medida que iba creciendo su capacidad de raciocinio los argumentos eran más sólidos y para cada problema que planteaban su papás Tomás tenía una solución a la mano, al final no había quien lidiara con la lógica del corazón puro de ese niño que estaba dispuesto a todo, a compartir juguetes, cuarto y hasta cobijas si era necesario, un hermanito para jugar era lo que quería, pero si fuera una niña, él se encargaría de cuidarla, al final tachó de egoístas a sus padres que sólo pensaban en su comodidad sabiendo que lo mejor para un niño era crecer junto a un hermano.

Después de más de dos años de escuchar súplicas mi hermano y su esposa decidieron darle una oportunidad, cunado él me preguntó qué pensaba yo, le contesté que estaba de acuerdo con Tomás, tener un hermano había sido el mejor regalo que me pudieron dar mis padres, también sería lo mejor para él, por mi parte, tener un sobrinonunca estaba de sobra, también es el mejor regalo que un hermano nos puede hacer.

Mi sobrino Miguel fue el regalo de Tomás para su sexto cumpleaños, nació sólo 8 días después de la fecha exacta, y se llama así porque durante los primeros años, a donde iba Tomás se encontraba con un mejor amigo que se llamaba Miguel. Al principio a Tomás le tocó chuparse el aparente desinterés por él que se instaló en la familia a raíz de la llegada del nuevo miembro, por primera vez experimentó la sensación que produce tener que desprenderse de algo que uno quiere, y afrontar la dualidad de ese dolor en pelea con la felicidad de un anhelo cumplido, del amor que es capaz de renunciar a todo, de compartirlo todo. Fue la primera vez que al tigre de su colegio al que en kinder los niños le cuentan los problemas, Tomás le lloró, porque “las cosas no eran lo mismo desde que su hermanito había nacido” y a la vez cuando llegaba a su casa, antes de todo, cargaba a Miguel en sus piernas y cuando estaban “solos” le decía: Miguel, yo te amo tanto…

Estoy segura de que ese amor ha permanecido durante estos dos años y medio que Miguel lleva con nosotros, Toti (como se llama Tomás desde que Miguel pudo hablar) le molesta la vida todo el tiempo pero nunca se angustia tanto como cuando el pequeño llora y sólo él lo puede consolar, no le gusta que lo regañen y es al único ser humano al que le da besos y abrazos sin que se lo pida.

Una vez mi papá me enseñó que uno sabe cuando un hombre ama a una mujer porque inmediatamente después de tener un orgasmo la acaricia como si la acabara de conocer, nada qué hacer, es una prueba infalible; que eso lo sepa un hombre de 60 años recorrido y vivido en las cosas del amor es apenas natural, pero que un niño de ocho años reconozca el amor verdadero en un sólo gesto es algo simplemente sobrecogedor... cuando Miguel se acuesta junto a Tomás, le pasa la pierna por encima como hacemos todos los que tenemos al ser que amamos durmiendo a nuestro lado, a ese gesto su hermano mayor le puso el mejor nombre, el que describe la grandeza de un gesto que lleva implícito el más profundo de los sentimientos: La Patica de Amor.

martes, 15 de agosto de 2006

Nosotras que nos queremos tanto

Se llama Marta Salazar y en el garaje de mi corazón tiene un parqueadero privilegiado, cerca al de los incapacitados, porque su cojera emocional no le permitiría llegar a tiempo al centro y no es cosa de hacerle más difícil el trayecto tratándose de quien se trata, se preguntarán ustedes a qué me refiero con eso de “quien se trata”, para eso estoy aquí, quien lea esto, al final entenderá, si es que su corazón le da para tanto.

Han pasado 12 años desde que la conozco, éramos casi niñas entonces y todos nuestros rasgos se veían más acentuados, mi excesiva expresividad que no tenía pelos en la lengua contrastaba, supongo, con su muralla de arbustos hecha especialmente para proteger su corazón de oro. Yo que por esos días me creía caballero andante, temeraria de profesión, supe que tendría que sufrir algunos rasguños antes de llegar a saber quién era esa que tenía enfrente. Ahora que trato de recortar, compruebo para mi asombro que no tengo en mi memoria la primera vez que la vi, raro, porque yo recuerdo siempre la primera vez que veo a los seres a los que estoy destinada a amar... es como si no hubiera habido primera vez… pero es que a Marta la conozco desde siempre y esto es más que una simple metáfora… hace unos días alguien me enseñó una expresión que yo adopté inmediatamente porque por fin podría describir el parentesco con mi amiga: Marta es mi hermana cósmica, por eso no recuerdo la primera vez, porque fue como encontrarse con un mejor amigo después de dormir una siesta, debió haber sido un saludo natural y lleno de agradecimiento porque como habíamos previsto estábamos ahí de nuevo, ella con la cuchara en la mano para recoger mi corazón cada vez que los avatares de la vida lo dejan hecho pedazos y yo con el bastón para el suyo, para que camine cuando parece que no puede...

En realidad nosotras dos nos conocimos hace miles de años en una isla perdida de una galaxia en el centro del universo, muy cerca del big bang andábamos cada una por su lado acertando a descubrir la forma de vivir en un lugar donde ya no somos uno, sino miles de millones de pedazos que se han embarcado en la aventura de la individualidad; estuvimos discutiendo siglos antes de decidir lanzarnos a la aventura de la vida y como vimos que iba a ser difícil, nos prometimos acompañarnos siempre, nos tomamos de la mano, nos zambullimos en el tiempo y el espacio y aquí llevamos un buen tiempo. Siempre ha sido enriquecedor y mágico, como lo es para todo el que se atreve a experimentar la vida, pero estar siempre juntas lo ha hecho, además, mucho menos doloroso y más divertido; soy yo quien guarda su memoria y ella quien guarda la mía, en esta carrera contra la distancia y la separación que quién sabe adónde nos llevará...

Veníamos con toda esa historia cuando nos volvimos a encontrar en nuestra UPB, a la que tengo para agradecer la gente que me ha dejado, entre otras muy pocas cosas; allí hicimos parte las dos del grupo de las "manzanas podridas" y lo seguimos siendo, insistentemente, durante todos estos años; también como la primera vez pasamos horas enteras conversando, a ella no le importaron mis bordes filosos, ni a mí su arbustos de espinas, así, al amparo de las papas fritas, los sánduches derretidos y muchas risas, construimos la base de lo que ahora tenemos. Desde esos tiempos en que me sacaba de clase nunca le he podido decir que no a nada; no se sabe quién es peor, si ella que se inventa aquellas películas de piruetas vertiginosas y a veces imposibles, o yo que me lanzo en esas aguas como si tuviera agallas y sin miramientos de ninguna clase; al final siempre salimos vencedoras, unas veces más agotadas que otras, pero siempre con la satisfacción saliéndose por su sonrisa amplia como el cielo y mis ojos iluminados como las estrellas... Más o menos así han transcurrido 12 años que cuando miro para atrás y los veo, no puedo creer que haya pasado tanto tiempo, sólo alcanzo a hacerme a la idea cuando me doy cuenta de todo lo que hemos crecido y es en ese momento cuando las raíces fuertes y a arraigadas de esto me sorprenden de nuevo.

A estas alturas nos conocemos más de lo que podemos aceptar, más de lo que nadie se imagina; hemos compartido la vida en su más extenso sentido, hemos compartido nuestras decisiones, nuestros seres queridos, las mejores historias para contar, los libros, las canciones, la ropa, la plata, las cobijas, mis madrugadas y sus amaneceres, los ideales, el llanto más puro y las carcajadas más sonoras, mis discursos interminables y sus silencios más elocuentes, la comida, los abrazos, nuestras casas y los otros países, sus soles y mi sombra, todos los secretos, incluso los que no nos contamos y adivinamos sin esfuerzo, su falta de duelo y mi confianza en la vida, su buena suerte y mis malas espinas, la felicidad y los errores, un poco de cursilería y un profundo afecto. Por todo esto cuando ella se machaca a mí me duele el dedo así esté en Alemania y cuando yo me estoy yendo y perdiendo en el camino, ella deja la muleta a un lado y pone a correr su corazón para alcanzarme.

Nunca lo hemos hablado pero ambas hemos conquistado la certeza de que pase lo que pase esto que nos une jamás se romperá, porque es un tejido inocente y seguro, de gran belleza, fortalecido por todo aquello que no ha sido color de rosa, sujetado con su decisión y mi magia, allí donde ha estado a punto de romperse...

Mi Martina es tan buena como el pan que le gusta tanto comer, es noble y honorable, le tiene miedo a los desconocidos, por eso a veces parece parca y lejana, es inteligentísima, una maestra de la diplomacia que no necesita de la hipocresía, le gusta mucho vestirse bien y dormir televisión, pero lo mejor que tiene, lo que más me gusta, es que es paciente para escuchar todas mis historias, siempre tiene una sonrisa para los demás y una palmadita en el hombro para los amigos, como a mí, le gustan los quesos y la comida picante, tiene buen gusto y la vulgaridad no es una ropa con la que se sienta cómoda, es generosa por naturaleza, franca por convicción y limpia de corazón; su peor defecto es que no come bien, sólo tengo una cosa para reprocharle y lo único que no ha hecho bien en la vida es la forma en que a veces deja que los sentimientos se le vayan por el camino viejo...

Hoy que cumple años le agradezco a la vida por tenerla aquí, porque sin ella no sería igual, a mi mundo le faltaría una de las patas en las que se apoya, por eso brindo aquí a su salud, para desearle siempre lo mejor. De regalo le hago la misma promesa incondicional: no importa lo que haga o deje de hacer, aquí siempre habrá un lugar con las ventanas abiertas donde siempre hace sol, dónde escamparse de la lluvia y refrescarse del calor en un mar de agua dulce, donde siempre estará un hada con cara de bruja esperándola con un café en la mano, todas las palabras y todos los silencios para que se cure el alma o la descanse, según sea el caso...

viernes, 11 de agosto de 2006

A propósito del parque de Carlosé, La Miscelanea y otras cositas

…Porque el parque es como un muerto, uno de los buenos, todo el mundo lamenta su pérdida pero nadie puede hacer nada; por eso pensamos que lo mejor sería ponerle alrededor una cinta violeta, como las de los entierros, que en lugar de sentidas condolencias diga: prohibido pasar, privado, con las letras y barras de las cintas de señalización de los edificios en construcción.

No sé si porque el tiempo se acababa, porque las ideas expuestas eran buenas y estaban aprobadas, o porque nadie me preguntó, pero me quedé callada; dirá la mayoría que a nadie le tienen que preguntar para que hable de lo que tiene en mente cuando el propósito de estar ahí es precisamente ese, y más tratándose de mí, que gusto de decir lo que pienso, máxime si es fuera de tiempo y cuando ya no sirve para nada… me toca aquí entonces, reclamar el derecho a sentirme alguna vez apabullada, temerosa, insegura. En mi defensa alego el ego del artista, que a veces no le permite ver la sensibilidad en el otro; como testigo de que lo que digo si bien no es excusa es cierto, tengo un espasmo en la espalada que no me da tregua, que me atenaza todo el cuerpo y al parecer y debido a la evidencia innegable, afecta tanto mi ser como para agotarlo hasta el silencio.

martes, 8 de agosto de 2006

Piratas de película

Piratas del Caribe llegó este fin de semana a 400 millones de dólares recaudados en taquilla, yo fui una de las que puso 12.000 humildes pesos de esos, no me arrepiento, fui con mi sobrino y me la pasé muy bien.

Soy de esos que se dejan fascinar por las historias de piratas, tal vez porque estos personajes pertenecen al grupo de los grandes rebeldes, porque me encanta su condición de fugitivos, su bandera negra con calaveras blancas, seguramente porque La Isla del Tesoro es uno de los libros que leí con más avidez cuando era pequeña. La segunda parte de Piratas nos trae las canciones que cantaban, los rituales que llegaron a través del tiempo hasta nosotros para convertir una película sin mucho esfuerzo intelectual en una muy buena historia.

Desde la primera parte, La leyenda del perla negra, Piratas del caribe supo utilizar los mejores efectos en función (es decir, que los efectos le sirven a la historia y no al revés) de las mejores leyendas de piratas; es así como sus productores recrean en parte La historia del barco fantasma del alemán Wilhelm Hauff, que cuenta la leyenda de un barco encantado donde su tripulación fantasma está condenada a vivir eternamente en las noches, y a ser meros esqueletos de día. En la película todo eso sucede alrededor del mágico capitán Jack Sparrow, interpretado de manera adorable por el carismático Johnny Depp. Es increíble como este señor nos hace creer posible un pirata con ademanes de dama fina, que parece siempre borracho, pero más que eso, está loco después de haber pasado hablando solo en una isla varios años; que corre como una niña, y que a pesar de su falta de escrúpulos y su egocentrismo, nos resulta encantador.

Esta segunda parte, se me hizo un poco más densa, pero igualmente espectacular en los efectos que utilizan para contarnos las piruetas que tiene que hacer Jack para escaparse del Kraken (monstruo mitológico escandinavo), esa bestia del mar, que se lleva los barcos que tienen la marca negra (Véase La Isla del Tesoro) de un solo tirón. Nada que decir que no se haya dicho sobre el vestuario y maquillaje, cosa que nos sigue sorprendiendo de este Hollywood que no escatima gastos para hacernos creer que estamos en un barco pirata, con piratas de verdad, verdad, con patas de palo, ojos de vidrio, banderas negras, y el mugre de meses pegado a las ropas. Los malos de esta vez, son tan sobrehumanos como los esqueletos de la primera, seres que son una mezcla entre hombres y peces martillo, globo y hasta caracoles ermitaños, un arte hermoso, que los hace temibles, y espeluznantemente bellos, como los arrecifes profundos del mar de donde vienen.

Sin embargo, a pesar de ser tan comercial en tantas cosas, la película se sale en varios puntos de la formula Hollywoodense; que el protagonista sea un personaje como Jack ya es bastante, pero lo mejor es que al final nos dejan con la duda de que la protagonista, que se va a casar con el galán (Orlando Bloom), termina como enamoradilla de Jack, es simplemente encantador, no sé como describir el placer que da ver una película con 400 millones de taquilla donde el “bueno” termina mal, con la misma duda que nosotros de si la mujer que ama se volvió pirata o de verdad se enamoró del amoral Jack.

Yo siempre digo que a cine hay que ir sabiendo a dónde se va, si uno es homofóbico no se va a ver Brokeback Mountain, si no le gustan las historias de piratas, no se va a ver El Cofre De la Muerte; esta no es una película para reflexionar, o para tocarse el alma, es para ir a disfrutar, reírse, divertirse, la diferencia es que está hecha para eso pero con calidad. Por eso, gracias a los que ponen en imágenes esas historias que sólo aparecían en leyendas escritas, a Orlando Bloom por ser siempre tan papacito sin dejar ser un actor decente y darle así de comer a nuestros ojos y sobretodo millones de aplausos para Johnny Depp por hacer esas películas para sus hijos que nos recuerdan el niño que no podemos dejar de ser nunca.

martes, 1 de agosto de 2006

En días de espanto

En estos tiempos en que el espanto nos acecha desde el Líbano, la injusticia desde Méjico, y la desesperanza se instaló en nuestra propia casa, toca aferrarse a lo que sea para no perder las ganas de levantarse cada día. El sol anda por estos días muy titino, y eso es algo, los amigos siguen ahí, mordaces y pertinaces y eso es mejor, algunos se van o están lejos, eso no ayuda, pero otros han vuelto y llaman por teléfono y eso es como algún poeta dijo alguna vez: un guayacán amarillo en un cementerio. Lo mejor, sin embargo, cuando las cosas se ponen feas, es recurrir a los recuerdos; como dice Juan Luis Guerra últimamente: hay que guardar los buenos momentos para que te iluminen por siempre.

Hubo una vez, hace poco menos de un año, en que le escribí una carta a alguien y estuve varios días debatiéndome entre la necesidad de que respondiera y la seguridad de que no lo haría, luego, con el trajín de los días, tanto la necesidad como la seguridad desaparecieron; cuando estaba apunto de olvidarme del asunto, apreció en mi buzón de entrada un mensaje con el nombre del increíble remitente, en el momento menos oportuno, cuando estaba en una oficina con otras 5 personas, en un computador prestado por cinco minutitos para revisar una cotización y con un millón de cosas por hacer, imposible abrirlo ahí, había que esperar el momento para encontrar el tesoro (o la caja de Pandora) y con la promesa que el título del mensaje proponía en mi mente, salí a la calle, a un día de sol como hoy, con esa luz dorada que en esta ciudad hace las delicias del color; y ahí estaba yo, en medio del tráfico, ya no importaba qué dijera el mensaje, era un regalo que contenía la prueba de que aun estaba viva, otra vez el estómago estaba ahí, la sangre se sentía mover por las venas, el alma se echaba a caminar de nuevo.

Y mientras, un increíble se derramaba ocupando todo, increíble la valentía para escribir la carta, increíble la respuesta, increíbles sus efectos, increíble que un taxista frene despacio a mi lado y al verme grite sonriente: cuénteme el chiste a ver si yo me río también. Increíble esa sonrisa de pastel que duró hasta muchos días después de haber leído el mensaje que obró el milagro final de hacerme sentir que después de lo bueno sigue lo mejor; no sólo me llegó una respuesta sino una invitación sutil al dialogo, como quien deja una puerta ajustada y nada más. Yo por supuesto, esperé unos días antes de abrir esa puerta, para saborearme ese estar viva por un rato más. Nunca volví a saber del personaje, hasta que la sonrisa se diluyó entre otras menos amplias, y el sentimiento de victoria, el efecto del milagro, se convirtió en un recuerdo más, uno de los que iluminan los días en que respiramos sin darnos cuenta, y la sangre no corre cantarina por las venas sino que golpea furiosa de vez en cuando.

Pensé ahora justamente en ese recuerdo porque por más que lo intento no logro volver a poner en mi corazón esa esperanza y en mi rostro esa sonrisa, es más, hace tanto tiempo que no sucede que olvidé lo que se siente, porque sí, esos recuerdos son la tabla de salvación, pero no la salvación, el recuerdo de un día soleado no produce lo mismo que el calor del sol en la piel. Aunque claro está, mejor una tabla que nada, por lo menos sabemos que es posible, y sobretodo, recordamos aquello que enciende la esperanza: esas cosas suceden cuando menos te lo esperas; ese recuerdo envuelve la seguridad de que en la cosa más pequeña puede residir toda la felicidad, por lo menos la de un par de días, que a qué negarlo, terminan, como ahora, bastando para el resto.