viernes, 26 de diciembre de 2008

Feliz Navidad 2008-2009

Este año hubo un montón de gente a la que no podría nunca darle de vuelta todo lo que a mi me tocó recibir desproporcionadamente casi siempre y que hizo de éste un buen año a pesar de los pesares, toca entonces (otra vez), poner aquí lo que no tiene precio, para devolver de a poco lo que voy debiendo de mucho. Una lista de regalos para la gente imprescindible del 2008.


Mi padre: que yo me gane el Baloto
Mi madre: que ella se gane el Baloto
Tomás: un gol
que le haga justicia al campeón
y que le lleve a las estrellas
como al cazador Orión

Miguel: que el mundo sereno, rosado y suave como de cobija cariñosita (ese mundo en el que vive hoy) crezca con él y lo haga un ser humano feliz


Marta: una miscelánea con cara de despensa, que opere en un barco, con muchas estanterías llenas de ideas felices y una alta mar gigante que contenga eso que no se puede contener
La Jugosa: una piscina del tamaño de nuestro mundo cerrado, para que nunca nos falte el coctelito de química que hoy nos sobra

Carmen: este amor de caracol que le profeso a ese lugar que se llama Hogar, para que un día se sienta en un lugar más segura que en cualquiera
Juan Mosquera: una canción de Sabina que le ponga música a sus letras
Patricia: una funda de terciopelo para que guarde su propia guadaña
Cris: un millón de lágrimas para dejar por una vez de llorar de la risa y poder reír de la tristeza

Eduardo: un dos por ciento que le quite la sed y no se le acabe nunca

Mauricio Llano: el descanso del guerrero

Marcela Mosquera: todas mis cartas de amor para que las lea en sus noches de insomnio


Margarola: ni un día menos de exilio

Betty: el amor que resucite la esperanza

Beatriz: el amor que ya se acerca
Doris y Mario: que a donde vayan siempre se encuentren con alguien como ellos, para que sepan lo lindo que se siente visitarlos

j.: un empate en el partido, una vida real de sueño que le devuelva las demás letras de su nombre


Ana: el paisaje de Colombia, ese donde el verde es de todos los colores

Marta: una llamada al año de aquí a que nos muramos

Stefan: un hijo que se parezca a él

Pigini: un bar de salsa en córdoba, un último tango en París, una canción como la que él me regaló

Miguel: el don de fluir que sueña cuando sueña este país
Marc: una noche de amor, una sola donde no haya pesadilla
Fede: que Latinoamérica se alargue para que nunca se le acabe el viaje


Carolina Jaramillo: unas gafas azules para que vea azul a su príncipe gris
Sergio Restrepo: un sueño con Marilyn Monroe que le dure todo el día

Lucía: un paquete de croquetas de pollo que le sirvan para domesticar su monstruo
Claudia: un gran momento... de silencio... para que muy adentro... por fin haya paz.

domingo, 21 de diciembre de 2008

A propósito de lo que pasó en Medellín el viernes pasado con el reaglo que Juanes le entregó por segunda vez a su ciudad y al que no asistí, vuelvo a leer eso que escribí cuando hizo el primer concierto gratuito en el 2005 en la Avenida San Juan. A eso que dije en ese momento sólo tengo que agregar que mi simpatía por el querido Juanes ha ido en aumento en estos años: lo que ha crecido (de la mano de grandes asesores, personas sabias a las que se ha acercado para tratar de entender) y lo que ha hecho con su fundación (a la cual conozco más o menos de cerca) me merece no solo admiración sino respeto, amén de esa forma que aprecio, por agradable, en que nos devuelve la esperanza cada vez que se le oye hablar o cantar. Por creer de verdad que el mundo puede cambiar, por creer en el ser humano y sus posibilidades con una convicción casi ingenua pero férrea, en un acto absolutamente generoso como lo es toda su personalidad, yo tengo ya mucho más que agradecerle.

Gracias Juanes

Hace un par de semanas en una conferencia que realizó el suplemento dominical de El Colombiano en el marco de La feria del libro, Héctor Abad Faciolince en un debate sobre la definición de cultura, decía que él creía en aquellas diferencias que separan a alguien como Juanes de un artista como Bach, con lo que muchos de los presentes coincidimos, y a lo cual Antonio Caballero, su compañero de panel, respondió diciendo que el asunto, en realidad, se trataba de motivación, con lo cual yo estuve particularmente de acuerdo; ciertamente a Juanes y a Bach los motivan cosas diferentes: Bach trataba de hablar con Dios, Juanes con el pueblo. La diferencia entre ellos pasa a ser irrelevante ante el hecho innegable de cuán bien han logrado ambos su propósito.


Me pareció, y en esto puedo estar totalmente equivocada, que Héctor Abad no comprende muy bien lo que pasa con Juanes y lo siento por él, porque el concierto que cerró la gira del cantante en Medellín fue tema urante toda la semana. Me imagino que sería terriblemente extraño darse cuenta de que, a pesar de que uno no entiende por qué, un evento como éste tendrá éxito (100 mil boletas repartidas gratuitamente lo garantizan); debe ser penoso tener que soportar a cientos de personas por televisión sin comprender porqué desde la madrugada comienzan a llenar la calle más importante de la ciudad con sus camisas negras, los sánduches preparados con especial esmero para la ocasión y todos de sombrilla en mano para recibir una lluvia segura, mientras uno quiere, más bien, estar en su casa escuchando a Bach.


A diferencia de Héctor Abad, a quien respeto profundamente, yo asistí al concierto por placer; más que por simpatía hacia Juanes (aunque también la siento porque habla de mí más de lo que me gustaría admitir) por la curiosidad mórbida que me produjo semejante evento.


Se trataba de celebrar los 330 años de Medellín, y no habrían podido encontrar mejor forma de hacerlo que con un concierto de uno de los paisas más paisas. Fue la fiesta más paisa de todas, incluso más que la Feria de las flores, fueron 50 mil paisas que se encontraron con otros 50 mil paisas para gritar a toda garganta una canción guasca cantada por el más orgulloso de todos los paisas. Un espectáculo que por supuesto cumplió con su propósito.


El domingo pasado Juanes nos demostró, aunque a algunos no nos guste mucho, que en algo tiene razón: no podemos dejar de ser lo que somos, y sentirse orgulloso de ello también es una opción válida y de algún modo constructiva. Ser paisa no es fácil, en eso tenemos que estar de acuerdo hasta los que peleamos contra el hecho aceptado en esta ciudad de tener que serlo completamente, así como los extraños (que son más en estos tiempos, más de los que los paisas se han dado en contar) que piensan que nuestra cultura paisa tiene más desventajas que ventajas, sí, ser paisa es difícil precisamente porque nuestra cultura nos ha atrapado como nos atrapan las montañas que encierran tanto nuestro valle como empequeñecen nuestro horizonte, porque decidimos perpetuar esa cultura sin preguntarnos hacia donde nos lleva y hacia dónde queremos ir nosotros.


Juanes dice que Medellín es la ciudad que nos ha dado todo y se le olvida, en la embriaguez de su emoción, que él mismo se tuvo que ir muy lejos para llegar a ser lo que es ahora, para que su ciudad se lo reconociera, porque esta ciudad es así, no mide a sus hijos por lo que tienen, como lo hacen otros y que ya es vergonzoso, sino de un modo peor, los mide por todo lo que les falta, por todo eso que quieren ser y tener pero no pueden, y eso nos hace mezquinos, como lo fuimos con Juanes a quien nadie escuchaba cuando hacía parte de un grupito de rock local, a quien vinimos a reconocer sólo hasta que se fue y lejos de aquí le arrebató a la vida lo que quería para sí y nosotros le negamos siempre: entonces ahí sí empezamos a cantar sus canciones, cuando lo tuvo todo, cuando no le hicieron falta más ni el dinero, ni la fama, ni los discos de oro, ni los fans en todo el mundo.


Juanes se equivoca exagerando sus palabras, pero no con su ejemplo, un día se fue todavía siendo un muchachito que creía que este valle era el centro del planeta, mientras cantaba una canción de un ritmo que tiene nombre en inglés y que en español significa roca, lleno de contradicciones llgeó a ese país de donde venían esas canciones que cantaba y allí se dio cuenta, como nos damos cuenta todos los que cogemos camino, que al final de cuentas sólo hay un sitio al que nuestro dedo índice vuelve una y otra vez en los mapamundis, sólo un lugar al que podemos llamar nuestro, y no porque sea el mejor del mundo, sino porque sólo allí nos parecemos a nosotros mismos, porque allí la música suena a montaña y no a roca, y sólo ésa música se mete desde la tierra a nuestro centro, hace borbotear la sangre y termina golpeándonos en el pecho. Por eso hay que hacer como Juanes, irse para ver a esta ciudadcita en su justa medida, con su pequeñez y su dulzura, con lo que nos dio siempre y nos niega todos los días, para volver un día, con una esposa y una hija que no son paisas, para cantarle a 100 mil almas que son como la nuestra, que ser paisa también es eso, llegar hasta donde uno quiere por ser lo que somos y a pesar de ello mismo.


Al final Juanes estaba más contento con su regalo que los que fuimos a recibirlo y por un momento nos reconcilió con esta Medellín de nuestros amores y odios, nos puso a hacer lo mismo, a todos, al mismo tiempo, por una vez y para variar. Me alegro de que su generosidad haya sido recompensada, lo mismo que su entrega, su talento y trabajo, su autenticidad que nos conmueve hasta a los más desapegados… y por eso habría que darle las gracias también, porque con todo, nos ha dejado llenito el corazón.