lunes, 16 de noviembre de 2009

Confesión



Mi amiga Carmen dice que mejor me despida de él, que aproveche esta ocasión y que por lo menos lo lleve al terreno de la amistad, que este amantazgo no me conviene, que Mr Bunbury me lastra. Y es que él, haciéndole honor a su nombre (ver La importancia de llamarse Ernesto de Oscar Wilde) ha sido ese amor imaginario que me acompaña desde que tenía 14 años... al principio reaccioné como reaccionamos las mujeres enamoradas cuando nos dicen que nuestro hombre nos sienta mal: me negué rotundamente, son muchos años de amor malamente compartido, y aunque ya estamos en ese lugar de los matrimonios viejos en que sobretodo reina la resignación, a mi, vivir sin ese muchacho al que siempre vuelvo en las noches cuando en la cama nadie me espera para hablarme al oído, me es tan imposible como para caperucita dejar de jugar con el lobo. Sin embargo, y porque he visto también a la caperucita poner los puntos sobre las íes, pensé que después de cinco años de no verlo y con todo lo que ha pasado en el transcurso de ese tiempo, sería tal vez mejor hacerle caso a Carmen y con amor, aprovechar el encuentro para morir lo que queda de la empeliculada que alguna vez fui, mientras dejo ir a mi Enrique.

Hago fila desde temprano, repitiendo el ritual que nos une desde hace 18 años y pienso en todo lo que es capaz de despertar… qué será lo que tiene Enrique que solo puede engendrar un amor apasionado, borracho y ciego, o una aversión punzante e incapaz de ocultarse. 3000 personas que le perdonaríamos todo y una sola amiga a mi lado, confirman lo que digo. No lo puedo explicar, para unos el amor es tan obvio como la aversión para los otros. Inútil tratar de entender, se trata de pasiones humanas.

Lo espero pacientemente todo lo que es necesario, sobretodo ahora que he decidido despedirme de él, pero al cabo de muchas horas mi amante fantasma sale al escenario y se ve más guapo que nunca, más bien puesto a sus 40 y algo que cuando tenía 27. Se para al frente y con la voz intacta me canta todas las de despecho, varios alrededor lo notan, Enrique casi no tiene canciones felices, pero la tragedia que cuenta es en definitiva sobre la vida, sin embargo esta noche se dedica al desamor: “te ataré con todas mis fuerzas, mis brazos serán cuerdas al bailar este vals”, “si me perdonas, si me das otra oportunidad, amor, prometo escribirte una canción diciendo que ahora acepto la derrota, pero sólo si me perdonas” no está triste, solo se divierte conmigo porque sabe como hacerme cambiar de opinión, estoy a punto de rendirme, si de todas formas una noche con él, es mejor que la colección interminable de conversaciones incoherentes con locos de atar en que se ha convertido el amor en estos tiempos de música electrónica contemporánea.

Miro alrededor, no soy solo yo, nos le entregamos toditos, y él nos paga con muchas creces, una buena guitarra y un repertorio memorable. Cada canción es mejor que la anterior, al final nadie tiene voz, ni yo corazón para decirle que no: este amor se morirá con el primero de los dos que deje de respirar. Como dios manda. Como nos merecemos aquellos que no nos resignamos a esta falta de poesía que es la vida real y escueta.