Durante la mayoría de mi vida (exceptuando aquella en la que no era conciente de mi misma) había creído que el amor era obvio, que todo el mundo sabía de él lo que yo supe siempre, que era imposible no saber, porque sólo había que encontrarse con él, porque es tan imposible de negar como cualquier cosa a la que llamamos real.
El amor llega siempre sin permiso, llega siempre disfrazado de otro, pero uno aprende rápido a no engañarse, el amor es un sujeto con vida propia al que la razón solo puede abortar cuando no quiere, pero cuando alcanza a tomar forma, uno puede abandonar, o maltratar, pero nunca hacer que desaparezca. Esto hablando de lo más mundano del amor, de aquello en lo que nosotros tenemos algo qué hacer. Explicarlo en su verdadera dimensión cuesta mucho más… uno le abre la puerta al amor en un sueño y un día se despierta pensando obstinadamente en alguien más que en uno mismo, va en el bus al trabajo y cierra los ojos y puede ver al otro, verlo de verdad, ver su corazón y saber exactamente qué está sintiendo, si tiene calor o frío, si también está enojado consigo mismo por no haberse cuidado en los sueños para no engendrar aquello que siente. El amor (cualquier clase de amor, porque todas son una, la misma) es misterioso y uno entiende qué es lo sagrado cuando deja que lo atraviese, se entrega y lo deja ser. El hombre entonces se vuelve sabio, se inventa los idiomas para poder explicar lo que siente, y de él salen sonidos, que con las palabras que el amor le dio, llama música, camina sobre las aguas, convierte el vino en agua, multiplica panes y peces.
Parece que ahora como entonces, este mundo no soporta tanto amor, puede pasar que vivamos tan tranquilos en un mundo donde hay gente que canta y toca tambores en una rumba de dos días mientras masacra un pueblo entero y un ejercito impávido se para en la carretera a no dejar pasar el auxilio, diciendo que es muy “peligroso”. Podemos estar comiendo en un restaurante japonés, lujosísimo y carísimo y no hacer nada mientras la policía se lleva para la estación a unos hombres desesperados que vienen a protestar porque el Estado no pudo proteger a sus familias, y ellos tampoco y ahora tienen hambre y frío después de haberlo perdido todo, excepto la vida. Esas cosas pueden pasar, esa indiferencia nos puede poseer de tal manera y nosotros pensar que ese sentimiento de absoluta ausencia de humanidad es “normal”. Pero cuando alguien dice que un día le pasó que miró a los ojos a alguien en un parque y supo en ese instante que podría quedarse a su lado para siempre, o que un día soñó con alguien que le salvaba la vida y desde ese momento tuvo el poder de dejarle entrar en sus sueños para que le hablara, o que un día una mariposa le visitó para decirle el nombre que le debería poner cuando naciera de su vientre, nos parece absurdo, loco de atar, y le decimos que esas cosas no existen, que se lo inventó, que malinterpretó todo, pobre ser humano empeliculado.
Un paramilitar es capaz de pararse a decirle a todo un país que matar es como un vicio y que a uno se le pueden perder mil muertos de una masacre en la laguna de un computador, pero a alguien que dice que siente el dolor de todas las madres viudas en su corazón, o que quiere explicarle a otro que el amor que siente hace magia, supera el tiempo y el espacio y los hijos que nunca se han de tener juntos lloran en algún lugar del universo, le rogamos que se calle, que esas cosas no se dicen, porque ningún ser humano es tan fuerte par soportar el peso de semejante amor, porque uno puede odiar a primera vista y sin razón, pero amar de un solo vistazo no. Mucha exigencia nos parece que el otro nos vea perfectos y no nos quiera cambiar nada, preferimos que nos señale eternamente los defectos y nos mire solo a partir de lo que nos falta, porque ser coherente con eso que ve el otro, y que nos dice lo que de verdad somos, nos parece demasiado.
Nos encontramos de frente con el amor que hace milagros y lo volvemos a crucificar. Deshonrando la vida entera somos capaces de decir (como no he parado de escuchar últimamente), que el amor es un invento del capitalismo para vender películas en Hollywood, o del hombre para aparearse y continuar poblando el mundo, y los que saben, porque lo sienten, qué es el amor, se quedan solos, una parte de ellos se muere cada vez que alguien argumenta demencia… y todo eso que no cabe en el corazón y que nunca parece tener la razón, se convierte en algo tan inútil y molesto como un séptimo sentido, como un undécimo dedo, como un montón de piel que sobra.