“El amor es una enfermedad en un mundo en el que lo único natural es el odio” José Emilio Pacheco de Las batallas del desierto
Como los amores que nos gustan:
México desde el aire es espantosa, una ciudad inmensa, deforme y sin fin; blancuzca y lechosa como un bicho que sale de un lago pantanoso y profundo, un animal prehistórico que se presenta a los recién llegados con una alarma en el estómago; acecha un miedo fácilmente sospechado: una serpiente con plumas deja un rastro en el aire, que apenas pisar suelo, se percibe en la nariz. Hay un calor de fogata en el aire, un olor dulzón de Maguey deslechado, amor a primera vista, amor incomprensible, sin ton ni son, amor de puta otra vez.
Tuve miedo de no poder dormir en la ciudad ajena, hasta que llegó un mexicano, uno solo que no es cualquiera, pero que después de conocer a varios, podría serlo, un solo mexicano, cualquier mexicano, sobretodo este mexicano, tiene el poder de manipular el espacio: ensancha cuartos, pacifica jet lags, dulcifica la vida entera.
Se levanta más tarde México, come en lugar de almorzar y cena después de las nueve. En Coyoacán vivió Frida Kalho, ceno popular y caro como buena turista, puede ser el corazón contento porque la barriga está llena de quesadillas con tortillas hechas a mano, pero entiendo por qué hay que venir aquí… es verano y anochece tarde, Morfeo se deja invitar por Quezalcoatl, se rinde, cae inconciente.
Cañón:
No sé donde estoy pero sé que he muerto, está oscuro pero los pájaros cantan tan fuerte como cualquier gallo, son pájaros mariachis que me cuentan que estoy en México. El asomo de angustia vespertina que se repitió todos los últimos días en Medellín hace su aparición, se confunde con el espantoso bicho de la laguna que ahora muestra su caparazón de tortuga prehistórica, pero se aleja silenciosa. Cuando vuelvo a despertar, es otra vez azul el cielo, ha vuelto el calor al cuerpo y el gusto de la salsa verde a la nostalgia de mi boca. Hoy me levanto ansiosa por salir a la ciudad, México no tarda en ser mía, me encuentro con el músico Daniel y esa sonrisa gigante, que recompenso a medias con una botella de ron viejo de Caldas traído directamente desde Colombia.
No manches:
Como dice el querido Pala en una canción: ¡Fuera la fe de turista! Me cuesta una vida montarme en el turibus, tachar todas las ruinas, levantarme temprano con botella de agua y cámara de fotos en ristre (bueno, la botella sí me gusta, es la mejor compañía para el reconocimiento del terreno). A mi me gusta más bien montarme en el bus con los demás y a la primera no perderme, caminar por tres o cuatro lugares hasta haberme asomado a todos los edificios bonitos, reconocer un café y sentarme en una de sus mesas, día a día, a la misma hora, ordenar todos los días algo distinto hasta que el mesero me salude, se comience a imaginar cosas sobre mi (que parezco una nueva vecina pero que tengo cara de ir de paso) y luego un día desaparecer, realizar el escape de los Artesanos del Dulce en la calle menos popular del barrio
Oaxaca:
“El llanto de la magdalena”, canta alguien y a mi me gusta, porque el llanto de la puta es sagrado, vuelvo a esta ciudad: hermosa, tanto, que aplasta un conato de tristeza postnacimiento (prenacimiento debería decir), energía que se desprende de Monte Albán y se riega en el Valle, el observatorio más antiguo de América, desde el Museo de Antropología, en el D.F, se presiente, pero solo allí se puede Saber… territorio de los Zapotecas, hombres tocados por los dioses, padres fundadores de la cultura Mesoamericana, precursores del arte como forma de vida, con el mayor sentido de la belleza.
En Oaxaca conocí a un italiano con el que no paré de reír, Massimiliano es amigo de Daniel, es músico, pero también sabe de redes electrónicas, es decir, de inteligencia artificial, para que se sepa, éstas funcionan con un sistema binario, de programación simple para elegir a partir de lo que es “correcto e incorrecto”, a una red solo se le enseña la respuesta “correcta” y la red es capaz de andar sola, los cerebros no artificiales, como el nuestro, funcionan casi igual, solo que el aprendizaje sobre la respuesta correcta es un poco más complejo (cualquiera que tenga un cerebro puede dar fe de ello) esto lo aprendo con Massimiliano en una conferencia, que dictó otro músico en inglés, y que Massimiliano no pudo dejar de refutar… después él me explica mejor y para mostrarle que aprendí, le pongo el ejemplo de su propio cerebro, si fuera una inteligencia artificial, Massimiliano tendría una programación simple: la respuesta correcta es siempre lo contrario, cuando la información entrante es un sí, la respuesta correcta de esa inteligencia es un ¡no!. Con este ejemplo me puso 10 sobre 10, nos veo reír hasta el cansancio y me convenzo de que todavía ninguna inteligencia artificial puede producir algo así. En Oaxaca conocí a Max y a Thollem, y pasé dos días de reallity con Daniel, Oaxaca supo así reconciliarse conmigo, desmintiéndome.
Encontré mi edificio favorito de México en Oaxaca, el teatro Macedonio Alcalá es el teatro más hermoso que he visto en mi vida y antes de entrar a un performance de Gómez Peña, estuve parada en un salón con el que hace un tiempo había soñado, y entonces supe sin saber cómo ni por qué, que Oaxaca me cambiaría la vida.
El desmadre:
En México me comí toda la comida de que fui capaz, y me gané una maldición de Montezuma de un día y medio (Montezuma apenas se reía de mí por exagerada, y rápidamente me dejó tranquila, creo que le caigo bien), soy capaz de pronunciar palabras mexicas casi sin acento, montar en metro y bus, caminar y saber para donde queda mi casa: el hoyo, la casa de Sergio y su montón de familia que no entiende mi incapacidad de comer algo más. En México he visto la peor obra de teatro de mi vida, y el bailarín más apasionado y apasionante de todos los tiempos, el bar de jazz más lindo, leí a Pacheco por primera vez, y no entendí por qué no lo había hecho antes, recordé mi amor por los colores, y canté una ranchera a todo pecho en la plaza de un pueblo, en México alguien me cantó a mi, una ranchera en