La que era la plaza de toros
Hubo de todo, “la espera es buena cuando la dicha es mucha”, decía un letrero gigante, hubo tangos, Gardel que se quedó a vivir en Medellín, los Rodríguez, un pedazo de Sabina que varios cantamos a grito en pecho: “y morirme contigo si te matas y matarme contigo si te mueres, porque el amor cuando no muere mata, porque amores que matan nunca mueren”, cámaras que tomaron hasta los suspiros, hubo amigos que se abrazaron emocionados y saltaron juntos, novios cantándole a sus novias al oído: “te cambio tu corazón por el mío para mirarlo y mirarlo, quiero un pedazo de cielo para invitarte a dormir…”, hubo alguien que por primera vez gritaba hasta que volvieran a salir.
Desde el principio nos trataron de paisas desde ese escenario que estaba hecho para hacer quedar bien al señor Calamaro y sus músicos, que no pararon de sonreír con una sonrisa que se regó por todas partes, o tal vez fue al revés, ya no sé, tal vez cuando empezó la música todos miramos al que teníamos al lado y sonreímos con una sonrisa que llegó hasta el escenario, allí encontró una cara más hermosa y se le pegó como una lapa, incluso cuando de su boca salían palabras de amor imposible: “Si resulta que sí, si podrás entender lo que me pasa a mi esta noche: ella no va a volver y la pena me empieza a crecer, adentro, la moneda cayó por el lado de la soledad y el dolor, todo lo que termina, termina mal…”
En medio de todo esto que está pasando, al margen de esta realidad en que el otro nos tiene con tan poquísimo cuidado, es bueno saber, aunque sea por un momento, que hay algo que nos reúne, que en alguna cosa nos parecemos, que podemos estar juntos en lugar sin querer matarnos, gritando de contentura y no de miedo o enojo. El concierto de Calamaro fue como la botella que llega a la isla desierta, sin pretensiones de salvavidas fue lindo destaparla y poder leer emocionados: don’t worry, every little thing is gonna be all right.
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