martes, 25 de abril de 2006

X festival Iberoamericano de teatro
LO PROFUNDO

Qué difícil sacarse la delicia de adentro para tratar de regalarles un poco de tantas horas de gozo, pues el milagro que es el Festival Iberoamericano de Teatro, igual que otros milagros casi cotidianos, se hace posible en un lugar tan profundo de nosotros que difícilmente encuentra su camino para expresarse y termina, cuando uno intenta compartirlo, siendo un mero gesto de euforia superficial y transitoria. Haré el intento aquí de dibujar un poco esa fibra que se utiliza cada tanto y que de no ser por semanas como la que acaba de pasar en Bogotá se atrofiaría.

Esto es lo que tienen la alegría y la felicidad simple, lo hacen sentir a uno especial en medio de la multitud, seis puestas en escena que parecían hechas justo a la medida de la emoción de cada día, acordes hasta con el clima. Si el teatro es el sueño de nuestra conciencia colectiva entonces tendremos que admitir esta vez que la guerra nos tiene obsesionados, la de “verdad”, la de bombas y soldados anónimos, y la que libramos todos, la guerra entre lo que somos y lo que queremos ser y no podemos.

En Horacios y Curacios, seis personajes nos ponen a reír a carcajadas durante dos horas mientras dramatizan la guerra, una guerra vigente desde hace 50 años cuando se escribió la obra original, porque tienen la habilidad de tirarnos a la cara lo patéticamente absurda que es, al final no sabemos si hay que seguir riendo o mejor sería llorar de vernos reflejados en tanta estupidez.

Adiós Europa Adiós, nos cuenta la segunda guerra Mundial en Hungría, a través de los niños y jóvenes de la época, con un texto maravilloso y una música impecable recordamos que es crecer en medio de las balas, las ocupaciones, los muertos, lo mismo en Hungría que en Colombia, tener que crecer rápido, crecer con el dolor regado por todas partes, no entender nada mientras se vive de todo, sumarle a la agonía de la adolescencia el dolor de la pérdida, a las normas de la casa, que pretende protegernos de la adultez, las reglas de los bandos y así tener que hacerse humano. Al final Fanny Mickey en el escenario, con todos sus años, es como un ángel, o como el diablo que cuando aparece los pelos de la nuca se erizan, y uno no sabe por qué, algo insospechado pasa, uno comprende por qué es capaz de hacer rendir a los Ministros de Cultura y Alcaldes, regalarnos esto y seguir tan pelirroja y oronda, solo queda darle las gracias y aplaudir.

Villa, Villa, un teatro aéreo que debió haber tenido un poco menos de gente, un manjar para los sentidos que nos aligeró el peso de tanto llamado a la reflexión, al principio pura comida para los ojos y al final música para el primitivo tribal que llevamos dentro, terminamos brincando como principiantes de mago en transe, debajo de un chorro de agua que sacó por fin hasta la última cucaracha que quedaba en al cabeza.

Ese mismo un día, creerse a punto de tener que dormir en la calle, y encontrarse por casualidad con todos los amigos reunidos, meterse una rumba hasta las cuatro de la mañana, en una casa de fábula con la que todos soñamos, darse el lujo de poner la música que a uno le de la gana y que todo el mundo la disfrute como tanto como el DJ, bailar salsa después de ska, recordando viejos tiempos, como hacíamos hace mil años, encontrar que hay cosas que nunca cambian, irse a dormir en paz, despedirse como si nos hubiéramos visto ayer y nos fuéramos a ver mañana.

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