X festival iberoamericano de teatro
LO PROFANO
Muchas cosas caben aquí, como que Bogotá era un cielo que lloraba como un cocodrilo, por nada y por todo, como si fuera la última vez, o la primera, se nos caía encima a pedazos y por primera vez no nos daba ninguna esperanza y mucho menos una de esas azules que los forasteros vamos buscando, pero trataré de contarles algunas superficialidades.
Por primera vez en mucho tiempo me encontré con un grupo de gente en el que no hay ni un solo individuo interesante, ni siquiera medianamente agradable, quiero decir, nunca he sido muy aficionada a lo de conocer gente nueva en manada, de uno en uno ya es difícil, pero con el tiempo me había dado cuenta de que uno puede llegar y dentro de toda esa avalancha de puntas de iceberg, encontrar después de 20 minutos algo interesante y muchas veces gratamente sorprendente. Por eso cuando a los 5 minutos sabía que no había de dónde hacer un caldo, me sentí como en la dimensión desconocida, me pregunté, cómo ha tenido a bien enseñarme mi gurú, qué significaría aquello, tal vez un presagio, no lo sé, el caso es que hacía mucho tiempo que no me inventaba una excusa para irme a las 9 tempranas de la noche, cualquier cosa antes de soportar chistes que parecían dichos en japonés porque a mi no me daban risa sino ganas de llorar, comentarios de una cruel superficialidad que me ponía los pelos de punta, y ya llegando al colmo de empezar a parecerse a lo que uno le huye, creer que podría ser contagioso, mejor alejarse antes de profundizar en dichos sentimientos y dicho sea de paso, extrañando a los amigos de hace tanto tiempo conocidos.
Rompí cualquier record de provinciano en capital, me encontré con más famosos que con gente conocida, y eso ya es mucho decir, teniendo en cuenta que medio Medellín debía estar en el festival, por mi cuenta pasan, Juan Pablo Shuck(?), el francés de Juegos prohibidos y otros dos de la misma novela, Florence Thomas, con un crítico de televisión que no sé cómo se llama, Luis Ospina al que Manuela le grito “famoso” en la cara, dos de los reyes, y por último el papacito de Hombres, que hacía de novio de Alejandra Borrero. Y hasta Constanza Duque se hizo detrás de mí en una obra y me pidió el programa de mano, y comprobé que lo dice la gente no es verdad, no se ven más lindos en televisión, la gente de la vida real, esos de carne y hueso, son preferibles, y sí, indudablemente más hermosos mientras menos maquillados y con más defectos.
Alguien me puede decir qué hacía un tipo con cachucha, y no es que esté tratando de hacer un juicio sobre la apariencia, pero es que una cachucha en el Jorge Eliécer Gaitán, para ver una obra de teatro a las ocho de la noche no es muy útil. Estoy hablando de un tipo robusto que casi no cabía en su silla de lo grande que era, eso no tiene mucha importancia en principio, te das cuenta del detallito del tamaño cuando te toca sentarte en la silla del lado y notas que su brazo, solo su brazo apoyado en su silla, pasa a ocupar un cuarto de la tuya, pero hasta ahí bien, un poco de incomodidad no lastima a nadie, y menos cuando es algo que no se puede evitar, pero cuando apagan las luces y el tipo respira como un elefante, ya la cosa va cambiando, y cuando la respiración se endurece convirtiéndose en un ronquido suave, ya no hay otra opción que darse la vuelta para ver qué pasa, y sí señores, el tipo estaba cabeceando muy tranquilón, a mí sí se me escapó un “no puede ser”, qué hace uno en el teatro más grande del país, en pleno festival Iberoamericano de Teatro, viendo una obra del Don Juan divertidísima, y mientras los demás ríen a carcajadas uno duerme. Si el teatro no es lo de uno, por qué no le regala la boleta a alguien que lo vaya a disfrutar, no entiendo, para irse a dormir ahí, con cachucha y todo, se queda en la casa viendo sábados felices que sirve de somnífero igualmente y hace feliz a uno de los que se quedaron afuera con ganas de entrar, que por lo que alcancé a ver, no eran pocos. Y para colmo cuando se acabó la obra, que después de semejante espectáculo todos nos paramos a aplaudir, el tipo se queda muy orondo en su silla, con cara de malas pulgas, como si aquello fuera una tortura que los aplausos de los demás solo estuvieran prolongando.
Por último y no tan profano como lo demás, tengo que decir que la organización del festival es impecable como ninguna, y que el servicio al cliente debería ser una escuela para todos los especialistas en mercadeo de compañías celulares, almacenes de cadena, festivales de poesía y demás esperpentos (mirados desde este punto de vista. Pueden incluir en la lista todos los que se les ocurran) que tratan a su cliente como si le estuvieran haciendo un favor, impagable además. Les cuento que como abonada del festival tuve siempre a mi disposición alguien muy amable que atendía mis inquietudes como si yo hubiera sido la única que hubiera comprado un abono, como si fuera la única persona que quisiera asistir al festival, como si fueran de lo más pertinentes cuando algunas de ellas fueron bastante tontas, desde el director de mercadeo hasta el encargado de abonos fuera de Bogotá se portaron a la altura de semejante evento, cosas que lo dejan a uno con ganas de repetir la próxima vez, yo incluso tuve la suerte de encontrar boleta para todas las obras que quise, después me di cuenta que había un límite para abonos y algunos no alcanzaron entradas para algunas obras. Así que se los recomiendo, la próxima vez cómprense un abono y disfrútenlo!!!
LO PROFANO
Muchas cosas caben aquí, como que Bogotá era un cielo que lloraba como un cocodrilo, por nada y por todo, como si fuera la última vez, o la primera, se nos caía encima a pedazos y por primera vez no nos daba ninguna esperanza y mucho menos una de esas azules que los forasteros vamos buscando, pero trataré de contarles algunas superficialidades.
Por primera vez en mucho tiempo me encontré con un grupo de gente en el que no hay ni un solo individuo interesante, ni siquiera medianamente agradable, quiero decir, nunca he sido muy aficionada a lo de conocer gente nueva en manada, de uno en uno ya es difícil, pero con el tiempo me había dado cuenta de que uno puede llegar y dentro de toda esa avalancha de puntas de iceberg, encontrar después de 20 minutos algo interesante y muchas veces gratamente sorprendente. Por eso cuando a los 5 minutos sabía que no había de dónde hacer un caldo, me sentí como en la dimensión desconocida, me pregunté, cómo ha tenido a bien enseñarme mi gurú, qué significaría aquello, tal vez un presagio, no lo sé, el caso es que hacía mucho tiempo que no me inventaba una excusa para irme a las 9 tempranas de la noche, cualquier cosa antes de soportar chistes que parecían dichos en japonés porque a mi no me daban risa sino ganas de llorar, comentarios de una cruel superficialidad que me ponía los pelos de punta, y ya llegando al colmo de empezar a parecerse a lo que uno le huye, creer que podría ser contagioso, mejor alejarse antes de profundizar en dichos sentimientos y dicho sea de paso, extrañando a los amigos de hace tanto tiempo conocidos.
Rompí cualquier record de provinciano en capital, me encontré con más famosos que con gente conocida, y eso ya es mucho decir, teniendo en cuenta que medio Medellín debía estar en el festival, por mi cuenta pasan, Juan Pablo Shuck(?), el francés de Juegos prohibidos y otros dos de la misma novela, Florence Thomas, con un crítico de televisión que no sé cómo se llama, Luis Ospina al que Manuela le grito “famoso” en la cara, dos de los reyes, y por último el papacito de Hombres, que hacía de novio de Alejandra Borrero. Y hasta Constanza Duque se hizo detrás de mí en una obra y me pidió el programa de mano, y comprobé que lo dice la gente no es verdad, no se ven más lindos en televisión, la gente de la vida real, esos de carne y hueso, son preferibles, y sí, indudablemente más hermosos mientras menos maquillados y con más defectos.
Alguien me puede decir qué hacía un tipo con cachucha, y no es que esté tratando de hacer un juicio sobre la apariencia, pero es que una cachucha en el Jorge Eliécer Gaitán, para ver una obra de teatro a las ocho de la noche no es muy útil. Estoy hablando de un tipo robusto que casi no cabía en su silla de lo grande que era, eso no tiene mucha importancia en principio, te das cuenta del detallito del tamaño cuando te toca sentarte en la silla del lado y notas que su brazo, solo su brazo apoyado en su silla, pasa a ocupar un cuarto de la tuya, pero hasta ahí bien, un poco de incomodidad no lastima a nadie, y menos cuando es algo que no se puede evitar, pero cuando apagan las luces y el tipo respira como un elefante, ya la cosa va cambiando, y cuando la respiración se endurece convirtiéndose en un ronquido suave, ya no hay otra opción que darse la vuelta para ver qué pasa, y sí señores, el tipo estaba cabeceando muy tranquilón, a mí sí se me escapó un “no puede ser”, qué hace uno en el teatro más grande del país, en pleno festival Iberoamericano de Teatro, viendo una obra del Don Juan divertidísima, y mientras los demás ríen a carcajadas uno duerme. Si el teatro no es lo de uno, por qué no le regala la boleta a alguien que lo vaya a disfrutar, no entiendo, para irse a dormir ahí, con cachucha y todo, se queda en la casa viendo sábados felices que sirve de somnífero igualmente y hace feliz a uno de los que se quedaron afuera con ganas de entrar, que por lo que alcancé a ver, no eran pocos. Y para colmo cuando se acabó la obra, que después de semejante espectáculo todos nos paramos a aplaudir, el tipo se queda muy orondo en su silla, con cara de malas pulgas, como si aquello fuera una tortura que los aplausos de los demás solo estuvieran prolongando.
Por último y no tan profano como lo demás, tengo que decir que la organización del festival es impecable como ninguna, y que el servicio al cliente debería ser una escuela para todos los especialistas en mercadeo de compañías celulares, almacenes de cadena, festivales de poesía y demás esperpentos (mirados desde este punto de vista. Pueden incluir en la lista todos los que se les ocurran) que tratan a su cliente como si le estuvieran haciendo un favor, impagable además. Les cuento que como abonada del festival tuve siempre a mi disposición alguien muy amable que atendía mis inquietudes como si yo hubiera sido la única que hubiera comprado un abono, como si fuera la única persona que quisiera asistir al festival, como si fueran de lo más pertinentes cuando algunas de ellas fueron bastante tontas, desde el director de mercadeo hasta el encargado de abonos fuera de Bogotá se portaron a la altura de semejante evento, cosas que lo dejan a uno con ganas de repetir la próxima vez, yo incluso tuve la suerte de encontrar boleta para todas las obras que quise, después me di cuenta que había un límite para abonos y algunos no alcanzaron entradas para algunas obras. Así que se los recomiendo, la próxima vez cómprense un abono y disfrútenlo!!!
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