PRISAS
La impotencia me apuñala. Cómo hacer para poner a andar un mundo que no quiere, cómo hacer ver lo obvio al que no puede, si sólo tuviera la astucia del verdugo… ¿me convertiría en verdugo?
Escribo mientras espero que alguien vuelva al Messenger y quiera consolarme, mientras espero que los profesores terminen clase o vuelvan del compensatorio de elecciones para que me atiendan, mientras el jefe de núcleo llega parsimonioso a su oficina, mientras pasan los días y por fin alguien me puede regalar 20 minutos de su tiempo.
Vivo mientras cada 5 segundos un niño se muere de hambre, espero a que mis compatriotas acaso quieran darse cuenta del precio alto que pagaremos todos por querer tapar el sol con un dedo, fingir que no pasa nada, y sólo unos pocos, a los que nos llaman pragmáticos, vemos lo patético de una situación que se agrava cuando en realidad es tan fácil de solucionar como darle de comer al hambriento y salud al enfermo, con más justicia y menos caridad.
Escucho a alguien ofender a sus semejantes sin siquiera darse cuenta, mientras vende una biblioteca como si fuera un regalo que alguien misericordioso viene a ofrecer, cuando en realidad es el intento de reestablecer un derecho tantas veces ignorado, y callar, porque hay que ser diplomático, cuando ser diplomático empieza a parecer falto de la más mínima moral, desleal, medusas con cabeza de víbora, nadie sabe entonces qué es verdad y qué es mentira.
Un ángel espera durante un tiempo que es eterno a que otro desconocido lo encuentre, que se de cuenta de que detrás de las alas de gallinazo se esconde un hada, un valiente que se atreva besar el sapo que por un maleficio atrapa a un príncipe.
Esperar, y seguir esperando, esperar otros cuatro años, esperar toda una vida porque sólo al final sabremos si valió la pena. “Morir todavía y no después, buscando sin remedio”.
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