Desde que mi sobrino Tomás tenía 3 años empezó a pedir un hermanito, se la pasó los siguientes dos años convirtiendo esta petición en su regalo favorito, el dichoso bebé aparecía en las cartas al niño Dios, las listas de cumpleaños, cualquier sugerencia de decoración del hogar, y en casi todas las conversaciones. A medida que iba creciendo su capacidad de raciocinio los argumentos eran más sólidos y para cada problema que planteaban su papás Tomás tenía una solución a la mano, al final no había quien lidiara con la lógica del corazón puro de ese niño que estaba dispuesto a todo, a compartir juguetes, cuarto y hasta cobijas si era necesario, un hermanito para jugar era lo que quería, pero si fuera una niña, él se encargaría de cuidarla, al final tachó de egoístas a sus padres que sólo pensaban en su comodidad sabiendo que lo mejor para un niño era crecer junto a un hermano.
Después de más de dos años de escuchar súplicas mi hermano y su esposa decidieron darle una oportunidad, cunado él me preguntó qué pensaba yo, le contesté que estaba de acuerdo con Tomás, tener un hermano había sido el mejor regalo que me pudieron dar mis padres, también sería lo mejor para él, por mi parte, tener un sobrinonunca estaba de sobra, también es el mejor regalo que un hermano nos puede hacer.
Mi sobrino Miguel fue el regalo de Tomás para su sexto cumpleaños, nació sólo 8 días después de la fecha exacta, y se llama así porque durante los primeros años, a donde iba Tomás se encontraba con un mejor amigo que se llamaba Miguel. Al principio a Tomás le tocó chuparse el aparente desinterés por él que se instaló en la familia a raíz de la llegada del nuevo miembro, por primera vez experimentó la sensación que produce tener que desprenderse de algo que uno quiere, y afrontar la dualidad de ese dolor en pelea con la felicidad de un anhelo cumplido, del amor que es capaz de renunciar a todo, de compartirlo todo. Fue la primera vez que al tigre de su colegio al que en kinder los niños le cuentan los problemas, Tomás le lloró, porque “las cosas no eran lo mismo desde que su hermanito había nacido” y a la vez cuando llegaba a su casa, antes de todo, cargaba a Miguel en sus piernas y cuando estaban “solos” le decía: Miguel, yo te amo tanto…
Estoy segura de que ese amor ha permanecido durante estos dos años y medio que Miguel lleva con nosotros, Toti (como se llama Tomás desde que Miguel pudo hablar) le molesta la vida todo el tiempo pero nunca se angustia tanto como cuando el pequeño llora y sólo él lo puede consolar, no le gusta que lo regañen y es al único ser humano al que le da besos y abrazos sin que se lo pida.
Una vez mi papá me enseñó que uno sabe cuando un hombre ama a una mujer porque inmediatamente después de tener un orgasmo la acaricia como si la acabara de conocer, nada qué hacer, es una prueba infalible; que eso lo sepa un hombre de 60 años recorrido y vivido en las cosas del amor es apenas natural, pero que un niño de ocho años reconozca el amor verdadero en un sólo gesto es algo simplemente sobrecogedor... cuando Miguel se acuesta junto a Tomás, le pasa la pierna por encima como hacemos todos los que tenemos al ser que amamos durmiendo a nuestro lado, a ese gesto su hermano mayor le puso el mejor nombre, el que describe la grandeza de un gesto que lleva implícito el más profundo de los sentimientos: La Patica de Amor.
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