Piratas del Caribe llegó este fin de semana a 400 millones de dólares recaudados en taquilla, yo fui una de las que puso 12.000 humildes pesos de esos, no me arrepiento, fui con mi sobrino y me la pasé muy bien.
Soy de esos que se dejan fascinar por las historias de piratas, tal vez porque estos personajes pertenecen al grupo de los grandes rebeldes, porque me encanta su condición de fugitivos, su bandera negra con calaveras blancas, seguramente porque La Isla del Tesoro es uno de los libros que leí con más avidez cuando era pequeña. La segunda parte de Piratas nos trae las canciones que cantaban, los rituales que llegaron a través del tiempo hasta nosotros para convertir una película sin mucho esfuerzo intelectual en una muy buena historia.
Desde la primera parte, La leyenda del perla negra, Piratas del caribe supo utilizar los mejores efectos en función (es decir, que los efectos le sirven a la historia y no al revés) de las mejores leyendas de piratas; es así como sus productores recrean en parte La historia del barco fantasma del alemán Wilhelm Hauff, que cuenta la leyenda de un barco encantado donde su tripulación fantasma está condenada a vivir eternamente en las noches, y a ser meros esqueletos de día. En la película todo eso sucede alrededor del mágico capitán Jack Sparrow, interpretado de manera adorable por el carismático Johnny Depp. Es increíble como este señor nos hace creer posible un pirata con ademanes de dama fina, que parece siempre borracho, pero más que eso, está loco después de haber pasado hablando solo en una isla varios años; que corre como una niña, y que a pesar de su falta de escrúpulos y su egocentrismo, nos resulta encantador.
Esta segunda parte, se me hizo un poco más densa, pero igualmente espectacular en los efectos que utilizan para contarnos las piruetas que tiene que hacer Jack para escaparse del Kraken (monstruo mitológico escandinavo), esa bestia del mar, que se lleva los barcos que tienen la marca negra (Véase La Isla del Tesoro) de un solo tirón. Nada que decir que no se haya dicho sobre el vestuario y maquillaje, cosa que nos sigue sorprendiendo de este Hollywood que no escatima gastos para hacernos creer que estamos en un barco pirata, con piratas de verdad, verdad, con patas de palo, ojos de vidrio, banderas negras, y el mugre de meses pegado a las ropas. Los malos de esta vez, son tan sobrehumanos como los esqueletos de la primera, seres que son una mezcla entre hombres y peces martillo, globo y hasta caracoles ermitaños, un arte hermoso, que los hace temibles, y espeluznantemente bellos, como los arrecifes profundos del mar de donde vienen.
Sin embargo, a pesar de ser tan comercial en tantas cosas, la película se sale en varios puntos de la formula Hollywoodense; que el protagonista sea un personaje como Jack ya es bastante, pero lo mejor es que al final nos dejan con la duda de que la protagonista, que se va a casar con el galán (Orlando Bloom), termina como enamoradilla de Jack, es simplemente encantador, no sé como describir el placer que da ver una película con 400 millones de taquilla donde el “bueno” termina mal, con la misma duda que nosotros de si la mujer que ama se volvió pirata o de verdad se enamoró del amoral Jack.
Yo siempre digo que a cine hay que ir sabiendo a dónde se va, si uno es homofóbico no se va a ver Brokeback Mountain, si no le gustan las historias de piratas, no se va a ver El Cofre De la Muerte; esta no es una película para reflexionar, o para tocarse el alma, es para ir a disfrutar, reírse, divertirse, la diferencia es que está hecha para eso pero con calidad. Por eso, gracias a los que ponen en imágenes esas historias que sólo aparecían en leyendas escritas, a Orlando Bloom por ser siempre tan papacito sin dejar ser un actor decente y darle así de comer a nuestros ojos y sobretodo millones de aplausos para Johnny Depp por hacer esas películas para sus hijos que nos recuerdan el niño que no podemos dejar de ser nunca.
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