Se llama Marta Salazar y en el garaje de mi corazón tiene un parqueadero privilegiado, cerca al de los incapacitados, porque su cojera emocional no le permitiría llegar a tiempo al centro y no es cosa de hacerle más difícil el trayecto tratándose de quien se trata, se preguntarán ustedes a qué me refiero con eso de “quien se trata”, para eso estoy aquí, quien lea esto, al final entenderá, si es que su corazón le da para tanto.
Han pasado 12 años desde que la conozco, éramos casi niñas entonces y todos nuestros rasgos se veían más acentuados, mi excesiva expresividad que no tenía pelos en la lengua contrastaba, supongo, con su muralla de arbustos hecha especialmente para proteger su corazón de oro. Yo que por esos días me creía caballero andante, temeraria de profesión, supe que tendría que sufrir algunos rasguños antes de llegar a saber quién era esa que tenía enfrente. Ahora que trato de recortar, compruebo para mi asombro que no tengo en mi memoria la primera vez que la vi, raro, porque yo recuerdo siempre la primera vez que veo a los seres a los que estoy destinada a amar... es como si no hubiera habido primera vez… pero es que a Marta la conozco desde siempre y esto es más que una simple metáfora… hace unos días alguien me enseñó una expresión que yo adopté inmediatamente porque por fin podría describir el parentesco con mi amiga: Marta es mi hermana cósmica, por eso no recuerdo la primera vez, porque fue como encontrarse con un mejor amigo después de dormir una siesta, debió haber sido un saludo natural y lleno de agradecimiento porque como habíamos previsto estábamos ahí de nuevo, ella con la cuchara en la mano para recoger mi corazón cada vez que los avatares de la vida lo dejan hecho pedazos y yo con el bastón para el suyo, para que camine cuando parece que no puede...
En realidad nosotras dos nos conocimos hace miles de años en una isla perdida de una galaxia en el centro del universo, muy cerca del big bang andábamos cada una por su lado acertando a descubrir la forma de vivir en un lugar donde ya no somos uno, sino miles de millones de pedazos que se han embarcado en la aventura de la individualidad; estuvimos discutiendo siglos antes de decidir lanzarnos a la aventura de la vida y como vimos que iba a ser difícil, nos prometimos acompañarnos siempre, nos tomamos de la mano, nos zambullimos en el tiempo y el espacio y aquí llevamos un buen tiempo. Siempre ha sido enriquecedor y mágico, como lo es para todo el que se atreve a experimentar la vida, pero estar siempre juntas lo ha hecho, además, mucho menos doloroso y más divertido; soy yo quien guarda su memoria y ella quien guarda la mía, en esta carrera contra la distancia y la separación que quién sabe adónde nos llevará...
Veníamos con toda esa historia cuando nos volvimos a encontrar en nuestra UPB, a la que tengo para agradecer la gente que me ha dejado, entre otras muy pocas cosas; allí hicimos parte las dos del grupo de las "manzanas podridas" y lo seguimos siendo, insistentemente, durante todos estos años; también como la primera vez pasamos horas enteras conversando, a ella no le importaron mis bordes filosos, ni a mí su arbustos de espinas, así, al amparo de las papas fritas, los sánduches derretidos y muchas risas, construimos la base de lo que ahora tenemos. Desde esos tiempos en que me sacaba de clase nunca le he podido decir que no a nada; no se sabe quién es peor, si ella que se inventa aquellas películas de piruetas vertiginosas y a veces imposibles, o yo que me lanzo en esas aguas como si tuviera agallas y sin miramientos de ninguna clase; al final siempre salimos vencedoras, unas veces más agotadas que otras, pero siempre con la satisfacción saliéndose por su sonrisa amplia como el cielo y mis ojos iluminados como las estrellas... Más o menos así han transcurrido 12 años que cuando miro para atrás y los veo, no puedo creer que haya pasado tanto tiempo, sólo alcanzo a hacerme a la idea cuando me doy cuenta de todo lo que hemos crecido y es en ese momento cuando las raíces fuertes y a arraigadas de esto me sorprenden de nuevo.
A estas alturas nos conocemos más de lo que podemos aceptar, más de lo que nadie se imagina; hemos compartido la vida en su más extenso sentido, hemos compartido nuestras decisiones, nuestros seres queridos, las mejores historias para contar, los libros, las canciones, la ropa, la plata, las cobijas, mis madrugadas y sus amaneceres, los ideales, el llanto más puro y las carcajadas más sonoras, mis discursos interminables y sus silencios más elocuentes, la comida, los abrazos, nuestras casas y los otros países, sus soles y mi sombra, todos los secretos, incluso los que no nos contamos y adivinamos sin esfuerzo, su falta de duelo y mi confianza en la vida, su buena suerte y mis malas espinas, la felicidad y los errores, un poco de cursilería y un profundo afecto. Por todo esto cuando ella se machaca a mí me duele el dedo así esté en Alemania y cuando yo me estoy yendo y perdiendo en el camino, ella deja la muleta a un lado y pone a correr su corazón para alcanzarme.
Nunca lo hemos hablado pero ambas hemos conquistado la certeza de que pase lo que pase esto que nos une jamás se romperá, porque es un tejido inocente y seguro, de gran belleza, fortalecido por todo aquello que no ha sido color de rosa, sujetado con su decisión y mi magia, allí donde ha estado a punto de romperse...
Mi Martina es tan buena como el pan que le gusta tanto comer, es noble y honorable, le tiene miedo a los desconocidos, por eso a veces parece parca y lejana, es inteligentísima, una maestra de la diplomacia que no necesita de la hipocresía, le gusta mucho vestirse bien y dormir televisión, pero lo mejor que tiene, lo que más me gusta, es que es paciente para escuchar todas mis historias, siempre tiene una sonrisa para los demás y una palmadita en el hombro para los amigos, como a mí, le gustan los quesos y la comida picante, tiene buen gusto y la vulgaridad no es una ropa con la que se sienta cómoda, es generosa por naturaleza, franca por convicción y limpia de corazón; su peor defecto es que no come bien, sólo tengo una cosa para reprocharle y lo único que no ha hecho bien en la vida es la forma en que a veces deja que los sentimientos se le vayan por el camino viejo...
Hoy que cumple años le agradezco a la vida por tenerla aquí, porque sin ella no sería igual, a mi mundo le faltaría una de las patas en las que se apoya, por eso brindo aquí a su salud, para desearle siempre lo mejor. De regalo le hago la misma promesa incondicional: no importa lo que haga o deje de hacer, aquí siempre habrá un lugar con las ventanas abiertas donde siempre hace sol, dónde escamparse de la lluvia y refrescarse del calor en un mar de agua dulce, donde siempre estará un hada con cara de bruja esperándola con un café en la mano, todas las palabras y todos los silencios para que se cure el alma o la descanse, según sea el caso...
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