La vida que siempre es tan generosa conmigo y sólo me envía ángeles, me trajo por estos días un par de artistas que sin pretensiones y sin mucho tiempo para dedicarnos mutuamente, me regalaron un par de cosas que les agradezco con la parte de mí que se conmovió por ellos, que obviamente va más allá de su obra. Me los encontré para recordar cosas que había olvidado, desde un par de palabras que no escuchaba hace años y que me traen el calor de un hogar perdido ya, hasta un recuerdo lejano de un horizonte que con tanta urbanización emocional había dejado de ver.
Laura es pintora, y por ahora está dedicada a dibujar (en las paredes si es posible) a unos hombres que parecen chicos y se tocan el “pito” todo el tiempo, como dice ella. Es una obra de caricatura, llena de color y ternura; a ella le encanta ese efecto que causa en la gente que la ve: una sonrisa inevitable se nos viene (por lo menos a las mujeres) cuando vemos a un chico con barba, comiendo helado, saltando y exhibiendo su pene al aire el muy bandido. Pero no se imaginen nada grotesco, todo lo contrario, Laura tiene el talento de hacerlo divertido… y ahí fue donde empecé a recordar… hubo un tiempo, muy corto, cuando me estaba buscando, que me encontré con el lado masculino más amable que tienen los hombres, y los pude ver como me hubiera gustado poder verlos siempre, como chicos que casi siempre confunden la felicidad con el placer y que la torpeza de su amor nos hace reír a las carcajadas y nos conmueve hasta las lágrimas; como ese cable a tierra, que nos devuelve la realidad como un juego fácil de jugar.
Laura me recordó que la relación con los hombres no siempre fue ese tire y afloje medio histérico en que nos sumimos muchas mujeres de mi generación, esa relación de tensión y de poder, una competencia donde el que gana es el que adivina primero la intención del otro y pone el pie justo en el lugar preciso para hacerle al otro una zancadilla espectacular que lo deje inhábil para salirse del meollo que llamamos relación. Por mi parte yo nunca entendí cuál era la intención del otro y cuando creía que había adivinado, ponía la zancadilla en el lugar equivocado, consiguiendo a lo sumo, darme de bruces contra el mundo; me acostumbré tanto a que mi torpeza no tuviera límites que dejó finalmente de dolerme, y empecé a reírme, con la resignación del que olvida que tiene algo qué perder… por eso cuando empecé a ver las pinturas de Laura, recordé que es preciso volver a encontrar ese hombre inocente con el que la relación se basa exclusivamente en la diversión, donde al contrario de todo lo demás uno llega a relajarse, a tomarse un tiempo para jugar al juego del amor sin especulaciones, sin objetivos, sin cálculos, nada más por el placer de verlos caer en la suave red de la seducción de la mujer fatal que todas llevamos dentro; y dejarse llevar viéndolo a él dejarse llevar, haciéndose el valiente, sin preguntarse en qué se está metiendo, para disimular su miedo a perder; viendo al chico convertirse en hombre.
No sé cómo le voy a hacer para encontrar eso, pero por lo menos Laura me ayudó a sacudirme la resignación, y me recordó que existe la posibilidad de hallar lo otro… en todo caso, le pido encarecidamente al que tenga pistas de un chico inocente y seguro, vestido de camiseta azul con un estampado de calavera en el pecho, que parece más joven de lo que en realidad es, pero que cuando uno mira sus ojos estos delatan el paso de los años, y hablan de la sabiduría que su boca come helado no puede; que me diga dónde lo puedo encontrar o que por lo menos le avisen que le tengo un par de trucos de magia que le van a gustar.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario