martes, 6 de noviembre de 2007

Baños




Una pausa en el camino del torbellino de emociones importantes, parajes indescriptibles, geografías inolvidables, personajes nuevos que se hacen relevantes en un abrir y cerrar de ojos. Porque entre una cosa y otra también se aparece acaso, una fábula escrita lejos de aquí, pero que habla de águilas y tortugas, como hablan los Incas de pumas, cóndores y serpientes. Al pie de un volcán un libro escogido al azar se abre y trae una historia que cae como un bálsamo en el corazón atiborrado de emociones, como cae un baño de agua sulfurosa y caliente al cuerpo también cansado que ahora contiene un alma de tortuga:



Y ahora consideremos el caso de la tortuga y el águila.

La tortuga es una criatura terrestre. No se puede vivir más cerca del suelo (sin estar debajo de él). Su horizonte no va más allá de unos centímetros. La velocidad que puede alcanzar es la que necesitas para perseguir y abatir una lechuga. La tortuga ha sobrevivido mientras el resto de la evolución pasaba junto a ella y la dejaba atrás ya que, básicamente, era demasiado complicada de comer y no representaba una amenaza para nadie.

Y después tenemos al águila. Una criatura del aire y las alturas, cuyo horizonte se extiende hasta el límite del mundo. Ojos lo bastante agudos para detectar los movimientos de un animalito de voz chillona a medio kilómetro de distancia. Toda poder, toda control. La muerte súbita que llega volando. Uñas lo bastante afiladas para desayunarse cualquier cosa que sea más pequeña que ella y obtener, como mínimo, un desayuno rápido de cualquier cosa que sea mayor.

Y el águila pasará horas posada en un risco escrutando los reinos del mundo hasta detectar algún movimiento lejano, y en ese momento de pronto se concentrará, concentrará, concentrará en el pequeño caparazón que se mece entre los arbustos allá abajo en el desierto. Y entonces el águila se lanzará desde lo alto del risco...

Y un minuto después la tortuga descubre que el mundo se está alejando de ella. Y ve el mundo por primera vez, ya no a unos centímetros del suelo sino a docientos metros, qué gran amiga tengo en el águila.

Y entonces el águila la suelta.

Y casi siempre la tortuga se precipita hacia su muerte. Todo el mundo sabe por qué la tortuga hace esto. La gravedad es una costumbre a la que cuesta mucho renunciar. Nadie sabe por qué el águila hace esto. No cabe duda de que hay un buen almuerzo en una tortuga pero, teniendo en cuenta el esfuerzo que requiere, la verdad es que hay un almuerzo mucho mejor en prácticamente cualquier otra cosa. Lo que ocurre es, simplemente, que las águilas disfrutan atormentando a las tortugas.

pero el águila, por supuesto, no es consciente de que está tomando parte en una forma muy tosca de selección natural.

Algún día una tortuga aprenderá a volar.

Terry Pratchett. Dioses menores

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