sábado, 25 de diciembre de 2010

Navidad 2010




Si hay algo que ahora pudiera regalar a cada persona que quiero sería que tuvieran lo que ahora tengo yo, sin tener que pasar por el año que acabo de pasar; les entregaría gratis este estar al otro lado de una manera tan anónima y sutil, tan silenciosa e irrelevante como cuando la serpiente cambia de piel, y sin embargo, este poder ser otro cuando ya es tan difícil ser uno mismo, estrenar alma como cuando se pone uno un vestido nuevo, una bonita y mejor, esa que un año atrás apenas mirábamos en la vitrina. A todos toditos, les regalaría eso, y me volvería a parir a mi misma dos veces si con ello a quienes más amo les ahorrara su propio parto, así como debió ser esa cosa de la venida del espíritu santo que les regaló una vez a sus amigos ese que hoy celebramos que nació. Pero no se puede, supongo que una cosa no puede existir sin la otra, que no hay marrones sin tirones ni heridas de velcro, así que sólo les puedo desear, que cuando les toque el turno, tengan lo que tuve yo: la compañía de los mejores, un ángel en cada esquina, esos mis amigos los elfos que arriesgaron también la vida para salvarme, un partero pluma blanca armado de agujas y pócimas para curar los peores dolores, todo eso que cuando volvés a caminar no tenés cómo nombrar y mucho menos agradecer, sólo desear lo mismo (y con eso cerrar el círculo), por eso: que cuando tengas que cruzar por el oscuro Valle de la Muerte tengas lo que tuve yo: alguien como vos.

lunes, 6 de septiembre de 2010

no habiendo más



Después de tanto tiempo sin escribir una sola palabra aquí, es decir, una sola palabra para mi, me enfrento otra vez a una hoja en blanco, tiemblo ahora como cada vez que se aparecía en mi imaginación, me refiero a la hoja que desde toda su vacía blancura aún me amenaza, no sos capaz, dice, repitiendo la oración (en todos los sentidos de esta palabra) que no han parado de susurrar mis fantasmas en estos últimos meses: no sos capaz de decir todo lo que tenés atragantado. Cada vez que he tenido un impulso de hacer algo al respecto recuerdo que he dejado pasar todos los temas, qué puedo decir ahora cuando no dije nada antes, pasaron por encima de mi, literalmente, un mundial de fútbol, un Congreso Iberoamericano de Cultura, una convención de músicos y el Museo de Antioquia con el peso de todos sus gordos de Botero, y yo, no dije nada. Bunbury tiene nuevo disco, conocí a Vetusta Morla y a Sao Paulo, me fui de mi casa a mi propia casa, Lila Downs cantó, el Festival Iberoamericano nos embelleció, y Saramago murió… si, se fue el mago de las palabras para siempre y yo no pude decir nada, como si con él se hubiera llevado todas las palabras, lo que equivale a perder un amigo y no poder llorar por él, pero ni siquiera ahora puedo honrarle, porque para hacerlo, parafraseo el discurso de alguien más que sí lo pudo hacer.

De todas maneras, a quién le importa lo que tengas para decir, eso dicen los fantasmas, y yo me encojo hasta la pequeñez total, con ganas de sentarme en un rincón a llorar las palabras que no puedo parir, como si alguien muy poderoso callara mi voz con la palma de su mano puesta en mi boca hasta no dejarme respirar, entonces vuelvo a recordar un sueño que tuve hace años… yo estaba en el mar, el mar adentro, estaba sola y sabía que no iba a resistir mucho tiempo antes de hundirme sin aliento para mantenerme a flote, estaba cansada, pero luchaba por aguantar un poco más, pensaba que alguien vendría a salvarme, alguien en particular, sin embargo pasaba el tiempo y él no venía… ya no recuerdo si me di por vencida o el cansancio me venció, solo sé que dejé de pelear y comencé a hundirme sin remedio; han sido los segundos más desoladores y al mismo tiempo más desaprensivos de mi vida, ha sido la única vez en que mi ser ha abandonado por completo la esperanza, como si hasta el azar me hubiera abandonado a mi… el agua ya sobrepasaba mi nariz, no podía respirar, como si el mar poderoso, me tapara la boca con la palma de su mano… lo último que recuerdo es que lo vi, nadaba hacia mi, desperté de un brinco en mi cama, cuando en la vigilia respiré en un involuntario reflejo de supervivencia, apenas tuve tiempo de fijar el sueño en mi memoria cuando volví a quedarme dormida, en el sueño despertaba en una hamaca, el mar se oía cerca, era de día, me sentía débil, pero había algo sumamente cálido y acogedor en el ambiente, busqué con mi mirada y a mi lado estaba él, que cuando se dio cuenta de que estaba despierta, preguntó con la voz del que es capaz de toda esperanza: ¿puedes caminar?...


Por favor que alguien venga por mí y pregunte ¿puedes escribir?

martes, 12 de enero de 2010

Navidad 2009

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A Miguel, mi sobrino de cinco años (casi seis), no le gusta que Tomás, su hermano mayor, le diga que es un niño. Así terminamos el 2009, por lo menos la parte de la noche de año nuevo que me tocó la suerte de estar con ellos. Una discusión de aquellas entre dos hermanos y una en la mitad, haciendo (sin mucho éxito) de adulto, tratando de que el uno no se enoje por cosa tan simple, y de que el otro preadolescente deje esa manía de poner furioso a su hermano, a estas alturas ya Tomás le está diciendo al chiquito: ¿entonces cómo te tengo qué decir? Y Miguel responde: ¡joven Miguel!, como si eso fuera así de lógico, Tomás me mira, y peleando contra su propio enternecimiento (o empujado por él) y porque heredó un poco del sentido del humor de esta familia, me dice para que Miguel lo oiga también: Míralo, míralo tía y dime que no ves un niño. Migue se le deja ir encima como una fiera, terminan los dos regañados por los padres, estirando trompa y a la casa de la otra abuela.

Pequeños acontecimientos sin importancia (digo yo que no soy la madre, solo la tía) comparados con el gran amor que se tienen esos dos, comparados con lo que son capaces de hacer el uno por el otro, ejemplo: Miguel es un fanático de la navidad, cada año escribe (dibuja) una carta con su pedido al Niño Dios, con quien, a juzgar por los resultados, tiene una rosca que yo, por lo menos, le envidio. Este año hizo temprano la carta y la dejó al pie del árbol, un robot y una pista de carros, no más, según contó después, porque la mamá aconsejó tener prudencia con el Niño, yo me adhiero, de la generosidad de un dios es mejor no aprovecharse.

Pasados un par de días la carta seguía en su lugar, Miguel ansioso preguntó por los motivos de tanta demora, la respuesta era muy simple: Tomás no había hecho la suya, y ni que el Niño Dios fuera bobo para venir dos veces a la misma casa. Dicho esto Miguel no dejó en paz a su hermano hasta que no hizo lo propio con sus pedidos. Puestas las dos cartas, solo era cuestión de esperar, pero el Niño tampoco venía, Miguel empezaba a preocuparse, se le recomendó paciencia, el Niño Dios en estos días tiene mucho trabajo por hacer. Una noche, él, que casi no se separaba del árbol, se descuidó un par de horas y cuando volvió, las cartas habían desaparecido, salió corriendo donde su hermano mayor gritando: las cartas ya no están, se la llevó el Niño Dios, entonces Tomás lo acompaña “incrédulo” a mirar, efectivamente las cartas no están, paciente, escucha las reflexiones del pequeño: raro no haber sentido nada, Tomás se pone alerta frente a esta lógica y armado de amor le contesta: yo estoy seguro de haber escuchado algo, creo que fueron las campanitas del árbol, debió ser el Niño Dios que las movió al pasar para recoger las cartas. Santo remedio. Miguel no duda más y lleno de emoción dice: qué pesar no haber estado ahí para verlo, claro que el Niño Dios no se puede ver porque es invisible, pero por lo menos – suspiró – hubiéramos podido ver las carticas volando…