lunes, 26 de octubre de 2009

Bilbao



Es raro, porque las ciudades pequeñas no me gustan, enseguida me da sensación de claustrofobia, de instinto que es capaz de medir los habitantes por metro cuadrado. Amo lo que conozco: smog, ruido, caos, carros pitando, taxistas mentando la madre, ciudades inasibles, densas. Clarito tengo (desde la primera vez que pisé uno), que pueblo pequeño, infierno grande. Medellín incluso se agota rápido, pero hasta ahí es soportable, menos, me produce el mismo pánico que sentí cuando tenía 11 años y me obligaron a leer El cristo de espaladas, cada que entro en un pueblo pequeño me viene el mismo olor a hongo pudriéndose en la sacristía.

Y ahora, un día, sin pensarlo, me encuentro por fin con Bilbao. Esa ciudad que presentí cada vez que me encontré con un vasco recorriendo solito el mundo y parloteando con sus compatriotas de todas partes, sentado en las ruinas de San Agustín por ejemplo y prometiéndome su tierra mientras me tienta con la imagen imposible de una chuleta de buey de un 1kg servida en un solo plato.

Estuve solo cinco días, además mi amor por ella fue a primera vista, es posible entonces que todo lo que voy a decir a continuación sea una invención. Los que me conocen saben que me invento cosas, sobretodo amores, yo casi siempre alego en mi defensa que no hay más realidad que la que uno crea porque la siente en la panza, en este mundo donde nadie sabe adónde ir, hay que hacer como Gandalf y guiarse por la nariz. Así fue que Bilbao se convirtió en mi amor más real de los últimos tiempos:

Llego de noche, sin haber dicho en qué número de vuelo, una vez que piso suelo sé que todo estará bien, el aire huele a limpio, pero no a limpio de no contaminado, sino que huele a pureza, a una cosa que los celtas debieron haber conocido, a algo simple que está aquí y que nunca se irá. Solo es el olor, pero me basta para sonreír de nuevo. Cuando salgo del aeropuerto, miro a todos lados y con solo verlo, sé que es quien viene por mí, se llama Jon, y se ve como una especie de punkero del monte, es el conductor del festival al que me invitan y por el que estoy aquí, al llegar al centro, se pierde, es bombero y conductor de ambulancia (las ambulancias tienen GPS), y se pierde, nos reímos porque no importa, y desde ese momento empiezo a entender algo que después se convertiría en admiración y con los días en envidia, algo que espero recordar siempre: aquí la gente se permite el error.

Las primeras personas que conozco son las que organizan el Festival Jet Lag Bilbao de expresiones urbanas, del área de juventud del ayuntamiento, gente linda, como todos los vascos, son laboriosos, puntuales, trabajan las horas que necesita el día, luego viven, salen a comer, comen muy bien, hay una costumbre a la hora del almuerzo (que puede durar las dos horas completas): van de sitio en sitio, comiéndose unas tapitas, con una cañita, conversando de pie junto a la barra, y así hasta que no haya más hambre. Esto para los que pueden, los que no, salen los viernes a medio día, caminan por la ría… ay la ría… es una mujer que atraviesa toda la ciudad, que en algún lugar todavía huele a pescado, pienso en ello, Bilbao fue una ciudad industrial mucho tiempo, pero a mi, esos cinco días que la anduve, me despertaron el pescador que llevo dentro, vuelvo entonces a lo de saber vivir, aquí saben vivir, sin pausa pero sin prisa, como si la vida se fuera a acabar, pero no ahora, rodeados de belleza, que para eso la naturaleza sirve de muestra, la ven todos los días en el espejo.

Aquí también hay pobres, inmigrantes ilegales, barrios “alejados”, desempleados, pero no hay nadie que pase hambre, seguramente a muchos habitantes de esta ciudad de siete calles, eso no les baste, y tendrán razón, pero miles y miles de hombres en mi país, darían lo que tienen por vivir aunque fuera solo de pan.

El sol brilla cuatro de los cinco días que estoy, es otoño y en una tarde junto a la ría hacen 30 grados, no es normal, dicen que Bilbao es lluviosa, y el frío es muy frío, pero a nosotros la ciudad nos trata bien, clima perfecto para un festival, yo les digo que es porque está contenta de que los que la visitamos por estos días estemos aquí, además de que conmigo siempre va el sol y la buena fortuna, pero los lugareños no creen en esas cosas, son escépticos, están demasiado conectados con la tierra y con la vida.

Me dejo tocar por ese sol, cruzo todos los puentes que me encuentro sobe la ría, el que más me gusta es el de la gaviota, me siento a mirar el Guggenheim, lo he hecho todos los días que he estado aquí, es un objeto hermoso que alimenta mi teoría (seguro copiada de alguien más) de que la belleza es un bien en sí misma, no importa lo que haya adentro de este edificio, eso es lo de menos, dan ganas de tocarlo y de mirarlo, como a esos hombres que son tan bellos y que no saben que lo son.

Me cuesta terminar de decir lo que me pasó en Bilbao, siento que cuando lo haga será como despedirme de ella (¿él?), y no quiero… me voy de allí diciéndole solo hasta luego, ya nos veremos de nuevo para hacer juntos lo que nos quedó faltando: la chuleta de buey, una conversación larga con el guapo de Txema, un partido del Atletic, una vuelta grande en bicicleta, un viaje a las montañas, un asado en al casa de Jon, las clases de Euskera, el amor hasta el amanecer…

Mi amor por Bilbao fue a primera vista, pero es un amor dispuesto a todo, incluso a acabarse por agotamiento, quisiera poder vivirla hasta llegar a odiarla, como solo he hecho con aquella donde nací y que ahora me recibe celosa y tiene que aguantar mi jet lag emocional, yo la miro y no soy capaz de decirle lo que estoy pensando: ¡los de Bilbao nacemos donde queremos!

4 comentarios:

Anónimo dijo...

anda la ostia con la bilbaina colombiana, qesto no es una lágrima coño, que me entro algo en el ojo, joder!

Anónimo dijo...

Visitar ese blog tuyo da placer!!

Un abrazo,


Lina Correa

Anónimo dijo...

Como siempre, es un placer leer lo que escribes.

Carolina

EDUARDO ARIAS dijo...

Soy hincha del Athelic de Bilbao y no conozco Bilbao, así que gracias por esta aproximación tan hermosa a una de las ciudades soñadas aún desconocidas.
Un gran abrazo