jueves, 24 de mayo de 2012

Querido Bartleby


Hace un par de meses, esa maravillosa editorial independiente que se llama Tragaluz lanzó un concurso que, como todo lo demás, invitaba a participar con el mero nombre; Primera página se llamaba y consistía en escribir precisamente la primera página (no más de 2.400 caracteres) de un libro imposible llamado Las cartas que Bartleby leyó. Bártleby, para los que no sepan, es el personaje de un cuento de Herman Melville; escrito a principios de siglo, Bartleby el escribiente se convirtió en un texto de culto del que se dice fue una de las grandes influencias de la narrativa contemporánea. Oscuro y desconcertante el relato resulta bastante sugerente, lo que hizo del concurso, con su maravilloso título (para entenderlo mejor, no sólo al título sino esto que escribo, es preciso leer el texto que se puede descargar aquí), una coquetería imposible de rechazar. Y aunque no hice parte de los cinco textos a publicar, aquí está mi Primera Página.


Querido Bartleby

Se sorprenderá de recibir esta carta dirigida a usted en medio del tumulto que a diario (yo sé) lee antes de tirar a la pira. No es difícil encontrar a alguien que tiene como oficio ordenar las cartas muertas, sólo hay que escribir una. He de confesarle que ya alguna vez he escrito una nota a alguien que jamás la leerá y, en el colmo del abandono, la he enviado a dirección incorrecta, esperando el milagro de que las manos que la llevan a tan buena muerte, sean tan delicadas, que aquello que me une con el destinatario imposible arda también con ella.

No me creerá si le digo la verdad, pero es mejor que la sepa si quiero que llegue a comprenderme: acabo de cerrar un libro donde usted es el protagonista. Sí, amigo (déjeme decirle así, sólo a un amigo se le pueden decir estas cosas), es usted un personaje. Pero no se aflija ¿quién puede decir que no lo es? Yo muy bien podría serlo de una historia que usted leyera, y así lo intuyo Bartleby, entre nosotros hay un muro que hace de espejo, somos la proyección negativa el uno del otro, miro la pared que tengo al frente mientras escribo y lo veo a usted del otro lado, de pie mirando una ventana.

Al contrario de usted yo vivo en un mundo luminoso, la gente toda es tan brillante, tan competente, llena de ideas, cada cual más formidable, pero no como las mías, contenidas en párrafos que aquí llaman interminables, sino ideas tan preciosas como precisas, que en 140 caracteres logran decir todo lo que quieren. Semejante asepsia la logramos tratando la oscuridad con potentes reflectores, estallando la luz contra las sombras hasta que las cosas casi dejan de tener volumen. Por eso, cuando los de aquí lo leen, no pueden dejar de sentir lástima por usted, pero yo no, Bartleby, lo que yo siento es envidia de su capacidad de ponerle fin a todas las expectativas que la gente de bien (como su próximo jefe) tiene sobre usted, debe ser el hombre más libre que haya conocido, ya quisiera yo su talento para la simplicidad, su facultad para el silencio, la férrea convicción con que se pierde horas haciendo tareas intrascendentes porque así lo prefiere. Acaso una de esas veces usted también me vea y me regale la compasión que merezco, porque solo usted, Bartleby, va a entender si le confieso que yo quisiera ser como usted, que con total impunidad es lo que en verdad todos somos: insignificante.

Suya,

a.

2 comentarios:

EDUARDO ARIAS dijo...

Me gustó mucho. Algúin día recopilaremos entre todos las cartas que Tragaluz no publicó.

Ana Lucía Cárdenas dijo...

sí, sería una buena idea, porque estuvo bellísimo, sé que todas deben ser hermosas.