martes, 13 de agosto de 2013

Nada más qué temer



El fantasma sabía que ella era quien tenía el poder de hacerle aparecer, sin embargo, si alguien le hubiera preguntado, ella habría preferido disimular para no tener que abdicar ante ese poder; por eso, la tranquilizaba el hecho de que ya nadie le preguntara por su expresión anonadada cuando las cortinas sonaban mientras se movían solas: nadie quería verla dudar y tener que reconocer que estaba loca. Ella, a su vez, procuraba no abrir ningún interrogatorio que pudiera llevar al otro a creer que tenía derecho de hacer lo mismo, no porque le diera vergüenza la locura, sino porque la mirada incrédula de los otros la devolvía a ese terreno pantanoso de la especulación, que además de antojársele vulgar, le aterraba.

Después de un tiempo en el que el fantasma se aparecía casi todos los días, ella había comenzado a pensar seriamente en el asunto; le había dado muchas vueltas y a pesar de su innegable inteligencia, contaba solo con un par de conclusiones. Al principio, por supuesto, quiso hacer ver a los otros el fantasma que tan palpable era para ella, fue inútil. Peor aún fue pensar que existía otra alternativa posible para responder a esa necesidad de no quedarse sola con él, se dedicó entonces, y con urgencia, a pedirle a los demás que corroboraran lo que a todas luces solo ella veía, no hacen falta muchas competencias para darse cuenta de lo absurdo de esta situación, así que rápidamente dejó la empresa imposible de desear que los otros –simplemente– le creyeran cuando juraba que era verdad que un fantasma la visitaba todas las noches y algunas tardes. Intentando verse a sí misma a través de los demás estrategia de comprensión que usa toda persona inteligente se dio cuenta de la mencionada falta de elegancia en la que estaba incurriendo. Fue también por esos días que toda la cuestión le provocó terror. Las confundidas preguntas de los demás, sus caras de escepticismo, inevitablemente, la ponían a dudar, no de su cordura que ella sabía hasta dónde llegaba sino de la existencia misma del fantasma y la conexión entre él y sus manifestaciones. Y lo más pavoroso de todo: a pesar de esa puesta en duda, el fantasma no dejaba de estar ahí.

Sin embargo, el fantasma siempre supo lo que ella tardó años en darse cuenta: un fantasma es como cualquier otra cosa en el mundo, que para que exista, hacen falta dos, a saber, la cosa y el que la ve desde afuera. Y esto es así, si bien los filósofos aún se preguntan si una estrella existe aunque no la veamos; el fantasma y ella decidieron que no y que todos los científicos que contradicen esta verdad están chiflados, o a ver dónde están las investigaciones sobre las estrellas que no vemos: ¿cuántas son?, ¿dónde están ubicadas?, ¿cómo se llaman?, ¿cuantos años tienen? Y si una cosa no tiene nombre ni edad no puede existir, todos los niños lo saben, por eso hacen estas dos preguntas en primer lugar, antes de cualquier otra cosa como pedir un helado o que les presten las llaves. Aclaración para evitar acusaciones de locura que a estas alturas no tienen ningún sentido: se conoce la existencia (Luca, 13 años por estos días) de por lo menos un niño, que hacía esta última pregunta después de las dos anteriormente mencionadas, es decir, nombre, edad, ¿me prestas tus llaves?

Así las cosas, ella hizo lo que su madre siempre le aconsejaba en estos casos y se “echó al dolor” de vivir con un fantasma. Que no era muy práctico y ahuyentaba a la mayoría de la gente, fue lo primero que tuvo que aceptar, después entendió que a la gente la ahuyenta casi cualquier cosa buena para la salud. Cuando se sentía con ganas de estar con gente, se hacía la cuerda, era muy fácil, solo tenía que ponerse muy seria e intentar mantenerse en la mitad de cualquier cosa, ni muy fría, ni muy caliente, ni muy feliz, ni muy triste. No hubo quien no se complaciera con su nueva actitud. Y cuando el fantasma hacía algún ruido al pasar, ella fingía y decía cosas como “ha sido el viento” o “los fantasmas no existen”, aunque a veces se compadecía de sus personas favoritas y entonces les decía, muy pacito para que nadie más oyera: “no estás loco, yo también veo un fantasma”. 

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Gracias Anis, el miedo que nos persigue...el fantasma al que le damos tanta fuerza cada día...
Tocará hacernos las bobas! a lo bien...
Te quiero,
Manu

Anónimo dijo...

Hay almas que nacieron sacrificadas, sin conciencia, viven felices y son exitosas con el "just pretend", pero vos miras hacía adentro y si salís corriendo volvés a mirar, porque sabés hacerlo, porque así estés agonizando surge un espíritu de alquimista. Por esa luz que queda encendida o que puede siempre volver a encenderse, espero que siempre recibas el calor y amor que mereces.
Un abrazo. Gracias por el escrito, por dejar otra vez el pudor al lado y desnudarte.
Claudia Helena Robayo dijo.

Anónimo dijo...

Me llegó tanto!

Anónimo dijo...

Me gusto mucho.

Te quiero. Bye.

esta to inventao dijo...

Gracias!