miércoles, 15 de agosto de 2018

Querido Luka

No sabía nada de Croacia más que lo que había visto en la selección del 98, la misma que quedó de tercera en ese maravilloso partido frente a Holanda que debió haber sido la final. En esa época la juventud no me daba para interesarme todavía en asuntos de política global: no recuerdo haber sabido siquiera que era un país recién nacido, solo veo a Suker liderando un equipo que jugaba lindo lindo.

El mundo todavía estaba desconectado, el internet era incipiente, no había redes sociales ni mucho menos, así que mi interés por Croacia se fue diluyendo con el tiempo en lo que sí podía encontrar en la biblioteca de la Universidad: Munch, Escher, Velásquez, Casona, Cortázar y Borges y alguna cosa que pasaba en los teatros de Medellín y Bogotá donde me enteré de la existencia de Pessoa, García Lorca y los payasos rusos.

Sin embargo, cada cuatro años le echaba un vistazo al equipo arlequín para ver qué onda. Nunca me había vuelto a entusiasmar más allá del uniforme, que siempre es un encanto. Hasta ahora.

Recuerdo que me programé para ver el partido contra Argentina, por Argentina, básicamente; pero desde que vi esa combinación de cuadros negros y grises supe que algo muy importante estaba por pasar. Croacia (tú) se hizo un partidazo ese día, y junto a Bélgica, se convirtieron en mis favoritos del 2018. Se lo dije a mi hermano apenas terminada la primera ronda: «La final va a ser Bélgica vs Croacia». Él no me dijo que no, pero tampoco me creyó; estaba pensando en Brasil, Francia, Inglaterra y hasta en Colombia.

Debo confesarte, querido Luka, que no te había visto jugar nunca. Quiero decir, seguro que sí, pero brevemente, y no te había puesto ninguna atención. No puedo ser hincha del Real Madrid siendo hincha del Barcelona, y soy hincha del Barcelona por Messi, y soy hincha de Messi porque es mejor (de la manera linda que digo yo) que Ronaldo —esa máquina de jugar fútbol que no soporto—. Siento mucho estar hablando así de tu colega —y posiblemente amigo—, no es nada personal, solo preferencias de juego, pura estética. Lo que sí lamento es que por ello me haya perdido tanto tiempo el goce de verte jugar. Menos mal que llegaste a Rusia para ser, como dijo alguien en estos días, un diez de verdad, de esos que cuando tocan el balón hacen que todo se acomode en la cancha y, cuando las cosas están patas arriba, que el hincha pueda respirar. Y entonces yo me fijé y me enamoré del juego de esa Croacia que me devolvía al 98 y tuve la suerte de llegar a la final con esa selección, porque no hay nada más excitante en el fútbol que tener el corazón comprometido con uno de los dos mejores equipos del mundo.

Así que aquí está alguien del otro lado del mundo (de tu mundo y en todos los sentidos que puedo imaginar) agradeciéndote por hacer lo que en este otro país todos queremos y no podemos: llevar a cabo la epopeya en la que los buenos son quienes ganan las batallas, donde es posible que la fuerza del corazón y la inteligencia del cuerpo te lleven a un lugar mejor que esta realidad mediocre y comandada por la estupidez que es el mundo en general y esta parte del mundo en particular.

Gracias a ti, un país hasta ahora desconocido se ha convertido en mi anhelo, y ya sabemos que el deseo es el que nos mantiene vivos. Han venido las casualidades a avivar la hoguera y me he enterado, por ejemplo, de que mi primo que vive en Berlín dice que tu patria es su segunda patria y también hace poco me di cuenta de que alguien a quien perseguí por años tenía ascendencia croata y se me ocurrió pensar que no era a él a quien buscaba sino algo que se asomaba detrás de su corazón: un país menos remoto.

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