martes, 23 de mayo de 2006

Como en los años cincuenta

Se acercan las elecciones y el clima se espesa. El domingo por ejemplo en un almuerzo con algunos miembros de mi familia, salió el tema, yo que conozco las inclinaciones políticas de mi estirpe decidí quedarme callada, hasta que no se aguantaron y el esposo de mi prima, muy querido él, pero que evidentemente no me conoce sino en las faenas familiares, me preguntó que por quién iba a votar, yo le contesté tranquilamente que por Carlos Gaviria, entonces me miró con incredulidad y al ver que mi respuesta había sido sincera, dictó sentencia: Entonces ésta es guerrillera.

Yo pensé que cuando me sucediera algo así, se me iba a salir como mínimo el apellido, el que no comparto con esa parte de la familia, y me iba a echar un discurso de aquellos, por eso me sorprendí cuando al examinarme, me di cuenta de que no sentía ni siquiera enojo ante semejante acusación, que por cierto está bastante alejada de la realidad. Alcancé a pensar entonces que estaba asumiendo la posición soberbia del que cree que de verdad tiene la razón y el otro no le merece más que compasión. A todas estas, el esposo de mi prima se estaba echando los mejores chistes sobre mi posición política, recuerdo sólo frases sueltas por ahí, como que su deber era hacerme cambiar de opinión, que entregarle el país a Chávez, que guerrilleros, que Uribe trabaja, entre otras. Yo seguía ahí impasible, partiendo las zanahorias, pensando que yo no esperaba otra cosa de quien me hablaba, que todo lo que decía reflejaba su pensamiento, su modo de ver la vida, que lo raro sería lo contrario, y entonces me di cuenta que tampoco era compasión por el ignorante lo que sentía, (aunque a veces y después si se me ocurre un poco) lo que pasaba era que lo entendía, y como una cosa que viene después de la otra, y en vista de que mi interlocutor ya esperaba una respuesta, le contesté que si él creía que Uribe era nuestra mejor opción, pues que votara por él, estaba en todo su derecho, que yo iba a votar por Gaviria porque él me representaba mejor, porque esa era la diferencia entre Uribe y Gaviria que era la misma que entre él y yo, yo comprendía nuestra diferencia, la toleraba, pero sobretodo lo respetaba igual que si me hubiera dicho que también votaba por Gaviria.

El hombre, que ya me estaba empezando a decir Reyes, por Raul Reyes, se quedó callado, y un poco pensativo, al rato volvió a funcionar con el apodo, pero cada vez que lo hacía era como por terquedad, por allá entre una risa y otra, se puso muy serio y me preguntó que si yo me enojaba, y me echó un discurso de que él era suficientemente maduro para aceptar que cada uno votara por quien quisiera, yo le dije que no me molestaba, que ciertamente no me gustaba que me dejara de llamar por mi nombre, pero que para pelear por esas cosas ya teníamos a Uribe.

Cuando llegué a mi casa estaba muy contenta, como casi siempre después de un día en familia, con la tranquilidad que da la comprensión, la capacidad de hacerse responsable de la situación en que uno es el que tiene más claridad, eso me lo enseñó Betty, mi amiga de Bogotá, a la que antes le decía mamá, y con quien hace poco nos venimos graduando de madre e hija adoptivas y pasamos a ser sobretodo amigas entrañables, ella tal vez no se acuerde, pero dentro de todo lo que aprendí de ella cuando apenas tenía 18 años, lo más grandioso es eso, si uno es quien está seguro de “saber” tiene la obligación de mantener la cosas bajo control, así le toque ceder, porque nadie puede darse el lujo de equivocarse teniendo toda la razón.

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